La extorsión de Draco

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Después de la guerra mágica el colegio de magia había sufrido daños severos que se consideraban en su momento irreparables, pues el puente de piedra que daba el acceso a una de las entradas se encontraba hecho añicos recordando que por esa brecha habían pasado los gigantes destruyendo con sus grandes y mugrientos pies el concreto del que estaban hechos. El puente de madera que unía al patio de los Thestrals y la cabaña de Hagrid se había convertido en polvo a causa de las explosiones que Finnegan había creado para impedir el paso de los hombres lobo que intentaban invadir la escuela reforzando el ejercito del mago tenebroso.

El ministro de magia Kingsley quien había precedido a Scrimgeur había dedicado toda su fe a reconstruir aquella sagrada escuela mencionando que una guerra hacía más fuertes a una comunidad que se había levantado contra el terrorismo y la discriminación; por lo tanto Hogwarts sería la prioridad máxima para que los jóvenes no perdieran más tiempo pensando en aquellas vivencias concentrándose en los estudios para distraer la mente y sanar el alma con el paso del tiempo.

Cinco meses y medio se tardo en reconstruir el castillo para poder ser de nueva cuenta habitable brindando los servicios necesarios y el confort que lo había caracterizado por varias generaciones. No se escatimó en gastos siendo ayudados por los demás colegios de renombre como el instituto de magia calderiana Salem, el colegio Durmstrang e incluso Madame Maxime dispuso una cuenta especial para que el patronato de su comunidad pudiera hacer donativos a la causa. No cabía duda que cuando de verdad una sociedad decide levantarse del fango, lo pueden hacer mano a mano reconstruyendo piedra por piedra; asi que el colegio quedó listo en el tiempo menos de lo pensado.

Los alumnos pudieron observar la herrería nueva reforzada contra ataques oscuros que habían mandado elaborar desde Rumania, sitio donde el candor del fuego de dragon forjaba barrote por barrote aquellos portones que debían enviarse a la brevedad a Londres para que sirvieran de entradas. La cantera estaba nueva asi como los adoquines de los pasillos que se encontraban unidos por la mezcla hecha de cemento blanco  no deteriorada como hacía algunos años antes de la guerra. La torre del reloj ahora podía escucharse más fuerte y claro que en el pasado ya que los engranes se habían instalado la semana anterior de la apertura definitiva, lo único que se conservaba intacto por extraño que pareciera eran las gárgolas parlantes que se encontraban dispersas en todo el colegio hablando como locas buscando a sus compañeras.

Todos habían sido encaminados ordenadamente hacia sus habitaciones para poder descansar salvo los de primero que debían esperar un poco más a ser recibidos por el nuevo profesor de transformaciones quien sería el anfitrión que los conduciría hasta el sombrero seleccionador para poder asignarles la casa a la que pertenecerían siete años seguidos. Ginny y Bryan guiaban a los de Gryffindor a la torre para explicarles las nuevas reglas que les habían sido enviadas con anterioridad para dárselas a conocer asi como también las nuevas convocatorias para golpeadores y cazadores en el Quidditch. Harry, Ron y Hermione se detuvieron un momento en el patio principal pues sería la última vez que se verían los tres juntos antes de ser separados por el nombramiento que se le había otorgado a la castaña.

Draco se encontraba ahora en el patio de los Slytherin soportando las miradas de asco que los demás le lanzaban al pasar por su lado, deseaba fingir que no le interesaba pero eran demasiados ojos los que se postraban para poder hablar o cotillear sobre él y su reciente ruina. Decidió entonces entretenerse con un pergamino y una pluma antes de la recepción en el comedor; tiempo suficiente para poder enviar una carta a alguien que de seguro no le negaría ese favor que se le había ocurrido al enterarse de la conversación que sostenía el trío de oro. Tomando el tintero para mojar la pluma escuchaba levemente comentarios como "Deberia darle vergüenza y no pararse en esta escuela", "¡Salve oh príncipe de las serpientes!", pues entre risas y burlas era difícil concentrarse en aquel pergamino. Sintió su sangre hervir cuando escuchó un comentario venenoso de un chico de quinto curso creyéndose ahora el nuevo jefe de las serpientes, pues se encontraba con otros dos un poco más altos que él recordándole al platinado los momentos en los que Crabbe y Goyle lo seguían por donde quiera que fuese.

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