Prólogo

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(...)

No me hablen de montañas, yo las vi crecer, yo estuve ahí en las más grandes civilizaciones. Vi la caída de Troya, las guerras de roma, la destrucción del muro de Berlín. La muerte de grandes personajes para la historia, personajes que marcaron el antes y después de los humanos. Escritores, científicos, poetas y filósofos. Yo estuve ahí cuando las leyes fueron escritas.

Pero no les contaré esas historias, porque eso daría para escribir más de un libro. Les contare su historia, nuestra historia.

Empecemos a narrar desde un principió, para que entienda por actúe de ese modo, en aquel trágico accidente donde su hermana y ella tuvieron que haber perdido la vida, desde entonces supe que ella sería mi más grande destrucción. Quince años atrás la encontré nuevamente, jamás le tome la mayor importancia, pero muy en el fondo sabía que era especial. Pues aunque era una bebé pudo verme y sonreírme tiernamente.

Yo la muerte, Lucifer, la sombra gris o aquel que no tiene alma, como me quieran llamar. Le perdone la vida a una hermosa bebé de cabellos rubios castaños y unos grandes y hermosos ojos color miel, hasta ahora me había mantenido al margen, pero siempre me la ponía difícil. Esa noche de luna distante, de relámpagos y truenos que azotaba el firmamento la perdoné, pero jamás pensé en las consecuencias.

Fui creado desde el principio de los tiempos, por el más grande creador existente, a él lo aman y veneran. A mí me temen, y respetan, nadie había podido verme frente a frente, sólo en la puerta del infierno, pero no. Ella me vio y me sonrió como si no me temiera, como si me hubiese esperado toda su pequeña y corta vida, en ese instante algo se movió dentro de mí, no sé explicar qué era. Yo, el ser más imponente, el ser al que todo el mundo tiene miedo a enfrentar, me desarmé con una sonrisa.

La segunda vez nuestro encuentro fue épico, pensé que ya la tendría para mí, se removía en el concreto de la carretera, tenía varias heridas, una rama de árbol le había atravesado las costillas y le había perforado el pulmón derecho. Se ahogaba en su propia sangre, me acerque a ella pero jamás pensé que me volvería a ver, de su boca salía el líquido carmesí, me miro a los ojos y los cerró haciendo que una lágrima se resbalara por el rabillo del ojo. Supe en ese instante que no suplicaría por su vida.

Jamás me ha temido, ni siquiera agonizando me a implorado como los demás, ella merecía vivir, aunque si la salvaba tendría que llevarme a su hermana y así lo hice. Me puse en cuclillas y le di un segundo soplo de vida. Desde entonces quedó atada a mí.

Empezó a presenciar eventos paranormales, siempre se mostró escéptica a la realidad que la rodeaba, al mundo que siempre, desde que nació fue para ella, cuando la perdone nunca pensé que de un modo indirecto estaría atada a mí. ¿Yo, el ser más temido de todos puede sentir compasión, amor o misericordia?

Lucifer (editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora