12 de Junio de 2016.
Siempre quise ser escritora. A día de hoy sigo acordándome de cada una de las conversaciones que tenía con mi profesora de literatura del instituto, todos aquellos detalles y anécdotas que hicieron de mi adolescencia mis únicos recuerdos felices, pero eso es otro tema que os contaré más adelante.
Solía levantarme de madrugada a escribir lo que se me ocurría al acostarme. Soñaba con publicar lo que escribía, lo poco que conseguía sacar de mi cabeza, algo a lo que algún día podría llamar mío.
Algún día lo conseguiría, algún día publicaría una novela, en la que todos sus lectores sonrieran al leer cada página, cada palabra... Pero de momento tengo que dejar de soñar.
Bienvenida a tu vida de mierda, Audrey.
Me habían llenado la cabeza de ideas grandiosas sobre el futuro. Pero ¿sabes qué asignatura falta en todos los institutos? «Cómo enfrentarse a la vida real.»
Sí, sí, has leído bien. La vida real.
La vida real consiste en ser fiel a aquello que te produce una felicidad, ya sea tener tu pareja, el trabajo de tus sueños, dinero, casarse y tener muchos hijos. En resumen, sentirte pleno y feliz.
¿Y qué tenía yo? Veintiún años, mi pequeño apartamento en el centro de Seattle y mis libros. Nada de pareja, ni el trabajo de mis sueños, y mucho menos dinero.
Mi madre pensaba que era muy triste que, después de tanto estudiar, me contentara con buscar un simple trabajo para poder pagarme las facturas y no aspirara más alto. Que no me arriesgara.
Mi vida se basaba en llamadas y llamadas a editoriales buscando una oportunidad y lo único con lo que me había topado era con manuscritos que iban, pero no volvían y llamadas que nunca se terminaban de recibir. Pero eso mi madre nunca lo entendió. Así que, aunque escritora de formación y de alma, me iba a tocar trabajar cómo camarera o en algún trabajo de ese estilo para poder seguir subsistiendo.
Además de mi pasión por escribir, que ahora que me conoces un poco más es más que clara, escondo otras como la naturaleza o la lectura. Podría decir que los libros son mis mejores amigos. Me gusta leer por lo que nos gusta hacerlo a mucha gente... porque al abrir los libros siempre encontramos un viaje y una vida que suplantamos, encontramos esa sensación de que cuando vuelves a la realidad, aún estás en un mundo diferente. Cómo decía Roald Dahl: los libros nos dan un mensaje de esperanza: no estamos solos.
Y yo lo estuve mucho, mucho tiempo...
Sí, puedo decir que durante años dediqué mi vida a los libros y a escribir.
Haciendo una pequeña lista, la aclamada «vida real» me había aportado;
Unos amigos con poco en común compuesta, entre otros, por Savannah y Matt, mis hermanos. Los libros. La capacidad de escribir. Un cuerpo con un poco de sobrepeso y unas piernas bastante peleonas.
Y no, no soy mona y gordita, como esas heroínas de ciertos libros que siempre consiguen todo lo que quieren. Mido un metro setenta y tres. Peso sesenta y dos kilos. Me consigo abrochar una talla 42 a duras penas y con esfuerzo. Así es, chicos.
No penséis mal de mí, no quiero dar una impresión equivocada de mí misma, que conste; después de años y años sin conseguir aceptarme, finalmente me había creído, o mejor dicho, me habían hecho creer que, por fin que era lo suficientemente buena tanto para mí como para los demás. Y quien no lo viera que se fuera por donde hubiera venido, no me interesaba. Pasaba de dramas. Era feliz con lo poco que tenía, que ya me parecía mucho.
¿Qué necesidad tenía de meterme en esos mundos que los valientes llamaban amor? No buscaba a un hombre a cualquier precio. En realidad, creo que ni siquiera buscaba a un hombre. Digamos que la búsqueda del amor me hacía sentir desgraciada así que siempre acababa haciéndole gestos obscenos al puto Cupido para indicarle por dónde se podía meter sus flechas.
Desde hacía cosa de unos años no buscaba que me quisieran. Es peligroso buscar que a una la quieran, o al menos... eso creía.
Todo el mundo estaba: EL AMOR. El amor ésto, el amor lo otro...
Que quien quisiera le cantara odas al amor que yo estaba de puta madre yendo a mi bola.
Mi único objetivo era que mi vida fuera emocionantemente tranquila y poder encontrar la magia de vivir cada día. Hacer muchas cosas, no parar quieta, viajar muy lejos, conocer a esa persona indicada, casarme y despedirme de la vida con el pelo lleno de canas y la barriga llena de risas acumuladas. Pero no buscar el amor no significaba no desear que un día me tocase a mi enamorarme...
Claro que quería enamorarme algún día pero de momento no iba a buscarlo. Quería que fuera él quien me encontrara. Que la "magia" viniera a por mí.
Y quizá aquella fue una de las razones por las que, sinceramente, le abrí las puertas de mi corazón de par en par. Sí, a él.
El único culpable de que esté escribiendo ésta historia. Ese chico a quien no pude dejar de mirar desde el día que cruzamos algo más que nuestras miradas. El único que brillaba por sí mismo. Ese que me iba a enseñar esas cosas de mí misma que yo ni siquiera conocía. Ese.
¿Qué haces cuando se te cae el alma a los pies y a la vez debes sentirte agradecida de la vida de mierda que llevas? Sonríes, pero por dentro esa sonrisa te escuece y te duele porque sabes que dice muy poco de tí, que tú en realidad no eres así. Que todo es mentira. Te abandonas a la desidia y a la depresión. Hasta que algo o alguien te rescata, que en mi caso fue demasiado...pronto.
Y sí, Aquí comienza mi historia.Bueno... Quizás debería decir nuestra historia.
La historia, de todas las noches en las que el cielo se vuelve gris.
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Todas las noches en las que el cielo se vuelve gris
Romance;EN EDICIÓN PUEDE QUE ALGUNOS DATOS Y NOMBRES NO COINCIDAN. SE RUEGAN DISCULPAS. PRIMERA PARTE DE LA TRILOGIA MIS NOCHES. "Audrey Swan es una chica tímida de 21 años, romántica como ella misma, luchadora y enamorada de la ciudad en la que vive...