Capítulo 43

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Deseo con todas mis ganas tirarme al cuello de Nathan y besarle, pero me aguanto las ganas. En cuanto nos montamos en el coche, meto la llave en el contacto, lo arranco y pongo la radio.

Nathan me mira y al ver que mi primer movimiento en el coche es encender la radio, pone los ojos en blanco. Me río al ver su gesto y antes de que pueda decir nada inquiero:

-Más vale que te agarres, pequeño.

El motor del increíble R8 retumba en mis oídos y al arrancar nos damos hacia atrás en los asientos.

-¡Quieta Telma & Louise!-dice Nathan preocupado agarrándose al salpicadero del coche como si su vida dependiese de ello.

La verdad es qué mi sábado tiene pinta de que va a ser un buen día. Siento cómo la adrenalina corre por mis venas mientras conduzco.

Entre risas y siguiendo las indicaciones de Nathan llegamos hasta Des Moines Beach. Un parque natural que cuenta con unas increíbles vistas, una playa de la más cristalina agua que haya visto jamás y con una arena más fina que la seda.

Allí aparcamos y tras guardar las llaves del R8 en mi mochila me sorprendo al ver que Nathan reclama mi mano. Yo encantada de la vida se la entrego y juntos caminamos por las calles del pequeño pueblo que está al lado de la playa, cómo una pareja más.

El calor es sofocante y la humedad hace que se nos pegue la ropa a la piel.

Nathan me lleva hasta un precioso restaurante ubicado justo en frente de la playa. La fachada es blanca y azul. Con un montón de detalles del mar, conchas, corales... Simplemente precioso.

Comemos mientras yo, pierdo la mirada en el mar. Durante toda la comida yo no paro de hablar de cuánto nos gusta a Beth y a mí venir a la playa y hacer surf.

Él se limita a sonreir.

Pocas veces lo he visto así. Tan relajado, comportándose cómo lo que es, un chaval de veintiocho años.

En este momento toda la tensión, el jefe-empleado y todo lo que nos ata no importa. Simplemente somos una pareja más que disfruta de un día precioso.

Después de comer decidimos caminar por el puerto. Nathan se ríe al ver que me paro en todos y cada uno de los puestos ambulantes a ver qué venden. Me fijo a lo lejos en uno que me llama la atención.

Sin explicarle nada, le tomo de la mano y lo llevo hasta el puesto. Me acerco a la mesa y saludo con una de mis mejores sonrisas a la mujer de mediana edad y pelo color plata.

Unas finas pulseras de cuero trenzado marrón oscuro llaman mi atención. Son preciosas.

Yo observo todas con detenimiento.

-¿Cuál te gusta?-le pregunto a Nathan.

-¿Qué?-pregunta asombrado.

-Sí, que cuál te gusta.-insisto.

-Audrey... Si quieres una pulsera yo te compro una, de plata o de lo que quieras, no mereces menos. Esas solo valen cuatro dólares.-se queja.

Ignoro totalmente su comentario y girándome hacia la dependienta cojo las dos pulseras y se las tiendo.

-Nos llevaremos éstas.

Nathan suspira y pone los ojos en blanco.

-¿Me la pones?-pregunto mirándolo directamente a los ojos.

Él asiente con una sonrisa tímida pero sincera. Coge la pulsera con una mano y con la otra sostiene la mía mientras me coloca la pulsera.

-Ésta es para tí.-digo cogiendo la pulsera de cuero más ancha y colocándosela.

-¿Para mí?-pregunta sorprendido.

-Sí, para que aunque no estemos juntos la veas, y una parte de mí siempre esté contigo.-digo alzando los hombros tímida.

El sonríe con ternura. Me abraza y me besa la frente.

-Algo tan inesperado cómo tú está devolviendo las ganas de vivir a éste amargado.

Yo sonrío y le beso.

-¿Dónde has estado toda mi vida?-pregunta al aire.

¡Pum! ¡Momentazo!

Me siento la típica chica de libro. La que consigue siempre una vida de ensueño. La heroína.

Nathan me ofrece su mano y yo me dejo llevar. A dónde sea, me da exactamente igual. Pero que sea con él.

-Sigamos con la aventura.-murmura.

Nathan se empeña en caminar sobre la arena. Asi que, vamos hasta el coche y cojemos unas toallas para sentarnos sobre la arena.

Son las siete y media de la tarde y ya no queda nadie en la playa salvo una pareja de ancianos que están sentados en unas tumbonas leyendo.

Nathan y yo estamos tumbados y en silencio mirando el mar. Me encantaría enmarcar éste momento para poder verlo siempre que quiera. Es demasiado perfecto.

Me acerco a mojar los pies en el agua y presa del calor que hace me inclino y me mojo la cabeza.

-Pero, ¿qué estás haciendo?-pregunta Nathan mientras se acerca a mí, sorprendido.

-Refrescarme. Hace mucho calor.

Y sin previo avisto le salpico con la fría agua del mar, mientras me río a carcajadas.

Su cara es un poema.

¡Madre mía que cara de mala leche! Estos impulsos míos me van a dar demasiados disgustos... Pero sorprendiéndome por completo, Nathan se quita la camiseta y se acerca más a mí.

-Muy bien pequeña. ¡Tú lo has querido!

Corre hacia mí, me coje y me carga en su hombro. Yo pataleo y me río, mientras él disfruta con lo que haceNathan me da vueltas y tras varios minutos mojándonos mutuamente toda la furia acumulada se va con el agua.

Después de acabar sin aliento al estar corriendo y mojándonos Nathan me agarra la muñeca y se pega a mi cuerpo justo antes de besarme.Yo traviesa, esquivo el beso, haciéndole la cobra.

-¿Me ha vuelto a hacer la cobra señorita Swan?-pregunta sorprendido.

-Eso parece señor Mills.-contesto aleteando las pestañas, feliz por mi fechoría.

-Audrey Swan... Qué voy a hacer contigo...-dice a la vez que me coge en sus brazos y camina conmigo hasta el interior del mar sin importarle lo más mínimo mojarse los pantalones.

-¡Nathan no! No tenemos ropa de recam...-y justo antes de acabar la frase me suelta y me caigo en la fría agua.

Dispuesta a hacerle pagar lo que acaba de hacer, meto una de mis piernas entre las suyas y tiro de ellas. Ahora la aguadilla corre de mi cuenta.

¡Chúpate esa Mills!

Eso lo sorprende y sin darme cuenta me coge de nuevo y me sumerge en el mar.

Pasamos un buen rato jugando en el agua cómo dos niños. Al salir, nos tumbamos sobre las toallas en la arena y nos secamos con los últimos rayos de sol de la tarde, en silencio.

-Nathan estámos empapados y yo no tengo ropa de cambio.-digo preocupada.

-Yo tampoco.-dice Nathan con un gesto extraño sobre su frente.

Los dos rompemos a reí y yo caigo en la cuenta de que justo en éste momento no podría ser más feliz.

El cansancio y la tensión acumulada se apodera de mí y estoy a punto de dejarme llevar por Morfeo justo en el instante en el que Nathan se levanta y propone que nos vayamos. Recogemos nuestras cosas y nos acercamos al coche. Al subirnos ponemos unas yoallas en los asientos de cuero del coche. Nathan me da las llaves del R8 y yo conduzco encantada, disfrutando de cada momento con él.

De camino a su casa, veo como acaricia la pulsera con una sonrisa nostálgica sobre los labios. Al notar que le estoy mirando se gira y fija sus ojos grises en los míos.

-Me das la vida Audrey.

Todas las noches en las que el cielo se vuelve grisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora