Capítulo 33

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Nathan y yo estamos sentados en el suelo de su enorme salón, abrazados, hablando de mil cosas pero de ninguna en especial. No puedo evitar pensar en lo que siento cuando estoy con él. Todo éste nivel de vida, coches de alta gama, restaurantes de lujo y apartamentos enormes, definitivamente no es lo mío. 

Hecho un vistazo rápido alrededor del gran comedor y no puedo evitar fijarme en un precioso piano negro, el piano más brillante que había visto en mi vida. Me giro hacia él, que me estaba esperando con la mirada.

-¿Tocas el piano?-le pregunto.

-Eso parece, ¿qué pasa?-me pregunta mientras se levanta y se sienta en el pequeño taburete de piel negra que acompaña al instrumento.

-Nada, es solo, qué me encanta el sonido del piano.

Nathan me dedica una sonrisa de medio lado y dándome la espalda, se acomoda frente al piano y comienza a tocar una suave melodía.

La conozco, es el Canon in D  Pachelbel, me encanta, siempre he querido que ésta canción suene en mi boda, además es una de las canciones favoritas de Beth.

Me incorporo del suelo y sin hacer el más mínimo ruido me siento al lado de Nathan en el pequeño asiento. Apoyo la cabeza en su hombro mientras él sigue absorto en las notas de la canción. Acaba los últimos acordes y se gira a mirarme.

-Vaya, no podía tener un público mejor.-comenta a la vez que me da un suave beso sobre los labios.

Me aparto rápidamente, evitando que siga besándome.

-¿Qué haces?

-La cobra.

-¿La cobra?-repite, sorprendido.

Su cara de desconcierto me hace gracia. 

-Mi hermano ha estado en España y allí es muy típico, se llama «hacer la cobra» cuando alguien te va a besar y antes de que te bese, te retiras.-le aclaro.

Eso le hace reír y su risa de nuevo puede conmigo. Inconscientemente rodeo su cintura con mis piernas.

-Así que, España ¿eh? Conozco España, pero créame que usted es la única que me ha hecho la cobra.

-¿Debería sentirme halagada?

Sonríe pero no dice nada.

-Si te beso ahora, ¿me harás la cobra de nuevo?-me pregunta, sin acercarse a mí.

-Pues... probablemente.-respondo juguetona.

-Ah ¿si? ¿seguro?-dice mientras se inclina sobre mí, casi puedo notar su aliento sobre la piel desnuda de mi hombro.

Un ruido llama mi atención. Su ordenador está encendido sobre la pequeña mesa de cristal y le indica que acaba de recibir un correo.

-¿Siempre lo tienes encendido?-pregunto.

Nathan mira el portátil y asiente.

-Sí la verdad. Siempre. Necesito estar al corriente de los temas de la empresa en todo momento.

Me pierdo en mis pensamientos. 

Aún recuerdo ese primer día, esa primera sonrisa, ese primer beso, la primera locura. Aún recuerdo ese perfecto desastre que formamos en aquel momento.

Se levanta a mirar el correo y, en cuanto lo hace, regresa junto a mí.  

-¿En qué piensas pequeña?

-¿Eh? Ah, no no en nada. Tranquilo nene.

-Me encantaría sabe que pasa por esa cabecita, la verdad.-dice dándome un leve golpecito sobre mi sien.

Todas las noches en las que el cielo se vuelve grisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora