Sentada en el vagón del metro de camino a casa, atestado de gente, siento unas inmensas ganas de llorar, pero es un sentimiento lleno de rabia, de impotencia.
¿Por qué me beso? ¿Por qué nos acostamos? ¿Por qué no pudo dejar las cosas como estaban al principio?
No eran en absoluto perfectas, pero por lo menos no tenía que soportar la dolorosa idea de resultarle tan insignificante.
«Por vigésima vez, eres estúpida, Swan.»
Estúpida porque, muy en el fondo, cuando he salido corriendo de su despacho esta tarde, una sensación maravillosa, casi pletórica, una sensación que no me permití siquiera contemplar, por un minuto se había instalado dentro de mí.
Y es que Nathan Mills, a pesar de lo odioso, presuntuoso, mujeriego y capullo que sea, a pesar de pasar completamente de mí y de ser tan increíblemente arrogante, me gusta, me gusta muchísimo y, pensar que yo también le gustaba incluso con toda la confusión y las dudas que eso conllevaba, me hizo feliz.
Pero no, lo nuestro nunca podrá ser. Y el problema viene cuando pienso:
<<¿Y por qué no?>>
-Joder, Audrey...-pienso para mí.
Veinte minutos después llego a mi apartamento, me quito la ropa, me pongo el pijama y sin darme tiempo a pensar en nada más me meto bajo las sábanas y comienzo a llorar sin ningún consuelo.
No entiendo como he podido perder el control de la situación, bueno, si, se como he perdido el control, más bien le vi venir, con su increíble sonrisa, sus impecables trajes, sus maravillosos ojos grises y aunque me lo advertí un millón de veces he caído de lleno.
¿Cuántas veces me habré repetido que Nathan Mills no haría otra cosa más que complicarme la vida? Joder... Joder... Pero todos esos pensamientos simplemente se esfuman cuando estoy junto a él, cuando roza mi cadera con sus dedos, o cuando básicamente me besa.
Todo se evapora, el ruido, el control... El resto de la gente deja de existir. Y ya no es la gravedad quién sostiene a la Tierra, es él. Él y sus estúpidos ojos grises...
A la mañana siguiente me despierto con un dolor de cabeza terrible, tengo los ojos hinchados de haber estado llorando ayer, no recuerdo ni a qué hora conseguí dormirme.
Me levanto a duras penas y me arrastro hacia la cocina, me fuerzo a tomarme un vaso de zumo mientras reviso el móvil.
Me quedo boquiabierta al mirar la pantalla, tengo veintitrés llamadas perdidas de Darek, doce de Matt, y ocho de Beth, acompañados de una serie de mensajes un tanto alarmantes.
Joder... Empezamos bien el día, les mando un mensaje a cada uno tranquilizándoles y explicándoles que únicamente al llegar a casa me metí en la cama y no mire el móvil. Aunque ahora que lo pienso bien, esta excusa puede que cuele con Matt y con Beth, pero con Darek... Hoy voy a tener que someterme a su interrogatorio de tercer grado.
«Se acabó el autocompadecerse, Swan.»
Con esta energía renovada que no sé ni siquiera de dónde la saco, me levanto, llevo el vaso de zumo vacío al fregadero y voy hasta mi habitación.
Enciendo el reproductor del iPod y elijo Let her go. La voz de Passenger no tarda en hacerse presente encada rincón de mi apartamento.
Subo el volumen.
No es una canción muy animada, más bien lo contrario, pero por raro que parezca yo me animo escuchando música triste.
Me observo con mis jeans ajustados y con una camisa azul de rayas que tiene una abertura para dejar el tramo desde la nuca hacia el bajo de mi espalda al descubierto.
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Todas las noches en las que el cielo se vuelve gris
Romance;EN EDICIÓN PUEDE QUE ALGUNOS DATOS Y NOMBRES NO COINCIDAN. SE RUEGAN DISCULPAS. PRIMERA PARTE DE LA TRILOGIA MIS NOCHES. "Audrey Swan es una chica tímida de 21 años, romántica como ella misma, luchadora y enamorada de la ciudad en la que vive...