Buenos Aires ~ 3

718 57 5
                                    

Narra Lali:

Nada más llegar a mi casa, me metí en el baño, mientras él se cambiaba en mi cuarto. En mi dormitorio. En el de mi marido y en el mío. ¿De verdad que estaba haciendo todo esto solo por conseguir una mierda de plaza para trabajar en un teatro? Sí, lo estaba haciendo, pero era mi ilusión. Estaba luchando por mi ilusión, y aunque piensen que soy una tonta, luché, iba a luchar por mi ilusión, pasara lo que pasara. Y tuviera los problemas que tuviera. Así de sencillo. No había ninguna otra explicación.

Cuando terminé de ponerme la ropa interior de encaje que había escogido para la ocasión, salí del baño. Él estaba acostad, en mi cama de matrimonio. Tan solo lo miré a la cama, por miedo a encontrarme algo por debajo que me pareciera sencillamente asqueroso, y viniendo de un hombre que no era ni siquiera mi esposo, tan solo un vendedor de muebles que me ofrecía trabajo a cambio de sexo.

— Estás muy buena princesa. Demasiado buena.

No respondí. Dios, sencillamente ahora me estaba dando cuenta de lo tarada que había sido, que me iba a acostar con otra persona, a cambio de mi ilusión. Ahora mismo estaba siendo como la prostituta que se acuesta con alguien a cambio de dinero. La diferencia era que yo disponía de dinero. Pero, quería estar brillando, como lo hacían Eugenia Suárez y todas las bailarinas de la noche de Buenos Aires.

— Dale, vení conmigo a la cama — Mariano pegó un golpe al lado del colchón, como diciendo que me acostara a su lado.

Caminé con lentitud y me acosté en la cama junto a él. Tenía un miedo terrible porque verdaderamente no sabía si esto podía acabar bien o mal. Si podría descubrirnos Benjamín, y entonces eso sería mi fin. Aunque lo diga con cierto tono de tristeza, si todo esto salía a la luz, de una forma u otra, Benjamín terminaría conmigo. Por muy bueno que fuera. Ningún hombre termina nunca de aceptar unos cuernos. Y más difícil es aún de entender, cuando dos amantes se acuestan para que uno de ellos consiga algo.

Él se acercó a mí y me acarició la pierna muy despacio. Yo me acerqué a él, y Mariano comenzó a besarme. Le seguí el beso, mientras que mi cuerpo empezaba a experimentar algo nuevo, una aventura con un amante, pero no un amante cualquiera, mi primer amante. No iba a adornarlo demasiado, me estaba acostando con alguien por algo. Fin. Esa era la única explicación que tenía todo esto.

Mariano pegó un salto de su lado de la cama, y se colocó con cuidado encima de mí, sin dejar de besarme. Me agarró con cuidado la nuca y me inmovilizó la cabeza. Besaba bien, los besos eran furtivos, nadie debía enterarse de que nosotros estábamos acostados en mi cama. Haciendo algo que era mal visto para una mujer casada, aún en estos años, en el siglo XXI. Siempre fueron mal vistos los amantes, condenadas las mujeres que se habían acostado con otros. Pero, ¿nunca pensaron si en verdad esas mujeres buscaban otras cosas en ese hombre que su esposo nunca las había brindado? Uau... Puede ser, ¿verdad? Ellos en otras religiones se pueden casar con todas las mujeres que quieran, ¿pero nosotras por qué no? Siempre hemos vivido en un mundo machista que debemos cambiar de a poco.

Aún así, lo que yo estaba haciendo estaba muy muy mal. Y lo estaba haciendo por una tontería sin sentido, que podría haber conseguido con tan solo un esfuerzo, pero, me había conformado con que mi fama viniera a mí con una ayuda.

Besos calientes, sin nada de amor... Él me colocó el pelo encima de la almohada, se separó de mí y me miró de arriba abajo.

— Tu esposo no es demasiado. Sos una joya de mujer. Y él, es un simple regordete sin futuro. Te mereces a alguien mejor, desde luego.

No dije nada... Tan solo nos habíamos besado, y ya estaba arrepentida por todo esto. No quería opinar al respecto, tan solo quería dejarme llevar, dejar que él jugara conmigo... Nada más. Quería que esto ocurriera, aunque tardara en olvidarme.

Metió sus manos por debajo de mi espalda y me desabrocho el corpiño. Después lentamente subió sus manos por mi espalda y sacó los tirantes, dejando mis pechos desnudos.

— Son bonitos.

No respondí tampoco, tan solo miré al techo mordiéndome el labio. Él comenzó a besarme los pechos, primero uno y luego el otro. Y por mucho que mordiera mi labio con fuerza, mi cuerpo empezó a encogerse, de un momento al otro no podía controlarlo, se movía por su cuenta, despacio. De mi boca salió un gemido, de auténtico placer... Simplemente no estaba acostumbrada a esas cosas con Benjamín.

— Despacio, quieta... — me avisó.

Tragué saliva... No podía quedarme quieta. Tenía ganas de gritar.

Desde mis pechos, bajó dándome dulces besos por la panza, hasta llegar a mis partes bajas. Metió su mano por debajo de mi tanga de encaje recién estrenado, lo que hizo que pegara un pequeño saltito y ahogara un nuevo gemido.

— Lo que me había perdido... Menos mal que usted aceptó todo esto, me hubiera perdido a una mujer perfecta.

Bajó entonces la prenda y me dio un beso en las partes. Sentía muchísimo calor, mucha vergüenza. "Lali, ¿qué estás haciendo?" Me preguntaba mi subconsciente. Estaba haciendo una tremenda tontería de la que me arrepentiría. Una tontería enorme que no debería estar sucediendo. Pero que ya no podía parar.

-...-

Narra Eugenia:

— ¿Declara usted su inocencia señorita Suárez?

— La declaro.

— Fiscal por favor.

— No opino lo mismo. Esta señorita debe ser condenada. Ha contado mil versiones distintas de la historia a la policía. Y yo pido, por mi parte, la del Ministerio Fiscal, que la señorita María Eugenia Suárez, sea condenada a 30 años de prisión por el asesinato doble que ha cometido, matando a su hermana y a su esposo.

No podía ser. En ese momento, mi cerebro se había vuelto loco, y en verdad, me arrepentía muchísimo de haberlos matado. Podría haberlos envenenado, es decir, matarlos lentamente de una manera más sencilla y suave. Pero no pude controlarme. Les hubiera clavado mil puñales, les hubiera disparado mil veces con la pistola, hasta hacerles cientos de agujeros por todo el cuerpo.

Miré al juez. Tenía el ceño fruncido:

— Por mi parte, de momento esta señorita va a estar en prisión provisional, se repetirá el juicio dentro de dos meses, hasta que se tenga un poco más claro lo que sucedió realmente. Solo la digo señorita Suárez, que para la próxima vez se busque al mejor abogado de la cuidad para que la defienda. Lo va a tener difícil.

Ya tenía en mi cabeza la imagen del mejor abogado de la ciudad. Había defendido mil casos de mujeres asesinas, y todas ellas habían terminado puestas en libertad sin cargos. Su trabajo era caro, pero confiaba en él totalmente.

Manipulaba a los medios de manera sensacional, y todos los ciudadanos de Buenos Aires terminaban de parte de la mujer acusada de asesinato.

Su nombre era Juan Pedro Lanzani.

BUENOS AIRESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora