Buenos Aires ~ 9

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Narra Lali:

Me puse la mejor ropa que tenía. En la cárcel, todas íbamos con el mismo uniforme, un tipo de saco que se ataba por la cintura, y era de color gris o azul claro, dependiendo del tipo de depilo que hubieras cometido. Las de los delitos más ligeros, llevaban un uniforme de color azul claro, el mío, en cambio, era de color gris. Pero Cris, me había dicho que podía ponerme lo que quisiera.

Y sí, se trataba de una ocasión muy especial. Iba a hablar con Juan Pedro Lanzani: mi posible abogado en el futuro juicio. Lo que no entendía bien era como él quería hablar conmigo si ni siquiera tenía aún el dinero suficiente para pagarle el servicio.

Suspiré, mientras mi cabeza no para ni un segundo de barajar entre diferentes posibilidades. Crucé el largo pasillo de celdas y bajé por las escaleras. Al menos, por la prisión podía moverme con cierta libertad, aunque no siempre. Otras veces, era Cris la que me acompañaba a todas partes.

Fui hasta la sala vacía en la que una podía hablar con su abogado cómodamente. Antes de poder entrar, la policía me cacheó y después, fue la misma Cris la que me acompañó dentro de la sala:

— No tardará en venir. Suele ser puntual, no te preocupes.

Miré a Cris:

— Me da miedo, no tengo el dinero suficiente para poder pagarle.

— No te preocupes por eso, puede quedárselo a cuenta. Peter no es tan mala persona — Cris me dedicó una ligera sonrisa —. Lo que pasa que nunca tuviste problemas con la justicia, sos desconfiada, y eso es lo más normal estando en tu situación. Pero lo único que puede hacer Peter, es ayudarte, no joderte. Tenés que tenerlo en cuenta.

Asentí con la cabeza, y entonces, la policía abrió la puerta. Miré en esa dirección, y un chico de pelo castaño, ojos verdes, con una sonrisa y un lunar en uno de los cachetes, entró. Era Peter.

— Buenas — dijo.

— Hola Peter — Cris fue a saludarlo con un beso y un abrazo.

Por educación me levanté, aunque no me moví de al lado de la silla, por respeto. No sabía como tenía que actuar. Estaba realmente perdida.

— ¿Vos sos Lali, verdad? — me preguntó acercándose a mí.

Yo asentí con la cabeza:

— Encantado, yo soy Juan Pedro Lanzani — me dio un beso en el cachete y yo también a él —. ¿La policía no cree conveniente que la pongamos esposas?

Cris suspiró divertida y después rió:

— A Eugenia tampoco se las ponen. Además, sos su posible abogado, esta chica solo atacó por venganza, a vos no te va a atacar. No obstante, la policía la ha cacheado antes de entrar, si tenés cualquier problema. con que los avises a través de los cristales servirá. Ya sabés como va todo esto.

— Sí Cris, sé como va — dijo Peter sonriendo y sentándose en la silla que había enfrente de mí. Yo volví a sentarme, y entonces Cris se fue.

Peter dejó su maletín sobre la mesa y sacó un cuaderno con papel blanco, una lapicera y otros papeles que parecían ser documentos:

— Bien. He hablado con tu marido. Aún no tenés el dinero suficiente para poder pagarme, pero bueno, me ha surgido un posible negocio. Si vos lo aceptás, puedo defenderte y bajarte esa tasa de entrada.

Levanté una ceja. ¿Pero, qué se pensaba que era yo? ¿Acaso se pensaba que servía de prostituta tan solo porque le había puesto los cuernos a mi marido? Y otra cuestión, ¿todo Buenos Aires tenía esa imagen de mí? O mucho peor, ¿el mundo entero pensaba eso?

Qué horrible...

— Pero... — intenté decir. Pero él me interrumpió.

— Mirá linda, no tengo mucho tiempo, además, ni siquiera me has pagado. He accedido a hablar con vos por pena. Pero bueno, tu marido me suplicó literalmente que hablara con vos aunque no pudiera pagarme. Entonces, vamos a hacer lo siguiente. Yo no suelo salir con asesinas, pero esta vez, necesito a alguien que pueda ayudarme. Mi hermano es médico... Sé que eso te da igual, pero a mí no. Le han llamado para dar una conferencia en los Estados Unidos — suspiró —. Y obviamente, tengo que ir. Es un compromiso familiar. Pero, hay un problema, hay que ir con una pareja. Y yo no la tengo. He comprobado, que dicha conferencia se celebra un día después de tu juicio. Es decir, puede que tu juicio dure varios días, pero... Calculando, estarás fuera probablemente para que vengas conmigo. Si vos accedés a acompañarme, no hay problema para que te defienda, aceptaré los 60.000 pesos de tu querido aunque cornudo esposo.

Tragué saliva. ¿Yo? ¿Por qué yo?

— ¿Por qué yo? — esta vez, pensé en voz alta.

— Accediste a acostarte con otro por ser actriz de teatro, ¿no?

Suspiré:

— Eso no tiene nada que ver — miré hacia la zona en la que estaba la policía. Pero él me agarró la cara e hizo que le mirara.

— Ellos no te están escuchando, no te preocupes.

Tragué saliva:

— No soy un juguete.

— Y nadie pierde un juicio si me tiene a mí de abogado. Pero, os no tenés plata para poder pagarme los servicios. Te estoy haciendo un trato, una oferta que puede salvarte... Tenés que aceptar, o no aceptarla. Si aceptaste acostarse con ese, ¿por qué no querés ser mi compañera en una conferencia? Y, una pista. Te puedo hacer lo más bueno ante todo Buenos Aires, incluso, el ángel de Argentina. Puedo hacer que la gente se muera por tener un autógrafo tuyo, porque seas una auténtica estrella.

— Puedo... ¿Tener un poco de tiempo para pensarlo?

Él suspiró:

— ¿Cuánto tiempo?

— Uno o dos días.

— Está bien. En dos días volveré, y espero que ya te hayas decido. Y sé directo, como lo he sido yo. No he matado a nadie, y tampoco me lo he comido. Confiá en mí, por favor. Puedo salvarte.

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