Capítulo 29

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Aún recuerdo el olor de las flores del jardín improvisado de la abuela. Eran tulipanes, recuerdo. Era un aroma dulce, veraniego, inundaba mis sentidos con alegría, los seducía, me incitaban a querer estar allí, en ese techo de la pensión, oliendo las flores todo el día.

Siempre las cuidé cuando ella no podía. Las regaba cada tercer día. Mi abuela decía que las flores amaban el rock, así que les ponía canciones de Dire Straits todos los días sin falta. Ella amaba esas canciones, las escuchaba siempre. La canción que mas recuerdo que le ponía a las flores era Walk Of Life, me la aprendí tanto que aún recuerdo la letra de vez en cuando. Escucho la melodía en mi cabeza, o una palabra que me recuerda a ella.

Esos recuerdos que quedan en tu memoria y son imposibles de borrar

Recuerdo los pequeños detalles. Esos que en su momento carecen de importancia, que los dejas pasar sin detenerte, sin procesarlos. Esos detalles, como la sonrisa de los inquilinos cada vez que les ayudaba en una tarea

Necesitaban ayuda y cuando me veían pasar casualmente por las escaleras, o los pasillos camino a mi habitación, sonreían como el gato del cuento de Alicia en el País de las Maravillas ¿Cheshire? Creo que así se llama. Yo sabía de ante mano que me utilizaban, pero de alguna manera no me importaba, me gustaba ayudar. Raro ¿no? Hoy en día ¿a quién, en sus facultades mentales intactas, pensaría que ayudar por gusto era normal? Bueno, pues a mí me pasaba. Ansiaba esas palabras de «gracias, hijo» o un «siempre cuento contigo»

Hay que comprender una cosa. Yo a pesar de tener a mis abuelos, siempre fui un niño sin padres, en el peor de los casos «huérfano» así que ansiaba las sonrisas de esas personas, ya fueran adultos o niños, ansiaba esas palabras de gratitud, de felicidad, de... afecto.

No me miren de esa forma, ahora no soy un necesitado de amor ni nada por el estilo.

Pero era un niño en todo caso, era demasiado sensible, demasiado susceptible.

La susceptibilidad es una palabra muy, muy fea. Tiene un peso demasiado grande, demasiado pesado para un niño de nueve años, o de doce, o de catorce

Sin importar la edad, era un peso demasiado grande para mí, así que terminé... ¿Cómo lo diría? Corrompido.

Pero tampoco me estoy justificando, no, claro que no.

Me merezco todas mis desgracias, y si tú piensas lo contrario entonces me empezaré a cuestionar muy seriamente qué clase de moral tienes.

Después de todo, yo soy el villano de esta historia ¿no?

◊◊◊

Había muchas razones por las que Arnold pensaba que todo esto estaba siendo demasiado aburrido. Una, era demasiado trabajo para solo dos personas, dos, el silencio estaba pareciéndole demasiado pesado.

Había pasado con Helga varias semanas en esa oficina, lo cual era ilógico. Pero sabía que era en ese entonces perfectamente capaz de pasar silencios prolongados sin mucha dificultad. Tal vez solo era la tarde tan fría, el sonido que hacía la cachorra de Helga al mordisquear su peluche favorito como si se tratase de un bísquet, o incluso el sonido que hacía la rubia al cambiar de página, o el sonido del bolígrafo en el papel.

O tal vez Arnold ya no quería más silencio.

Lo cierto es que Arnold quiso que ese vacío se llenara, que la habitación tuviera sonidos, mas allá de las cosas normales, tan frías.

En Busca de una Familia (Corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora