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Despierto con los primeros rayos de sol de la mañana. Estoy muy cómodo en este maravilloso piso con mi preciosa chica. La miro dormir tranquilamente acurrucada a mi lado.
Es increíble.
Anoche hicimos el amor hasta caer rendidos. Es una chica maravillosa y muy valiente que no se achanta ante ningún reto.
Salgo de la cama con cuidado de no despertarla y me pongo un chándal para salir a correr.
Por la ventana del salón veo que esta lloviendo.
Gruño.
Correr me ayuda a despejarme.
Unas manos rodean mi cintura. Sonrío.
Ana.
Deja un suave beso en mi cuello y me giro para poder abrazarla.

—Buenos días, preciosa.—sonríe y la beso.

—Buenos días, mi amor.—Mira la ventana por encima de mi hombro.—.¿No puedes salir a correr?—niego frunciendo los labios y ella sonríe.
Me suelta y coge de un cajón del modular del salón una tarjeta negra. Me la tiende.
—Hay un gimnasio en el sótano. Con esto puedes entrar y hacer uso de todo.—La miro incrédulo. Cojo la tarjeta y la abrazo.

—Me consientes demasiado,nena.—no puedo evitar que mi voz salga con reproche.—.Eres muy generosa y te lo agradezco de corazón pero...—Miro la tarjeta con angustia.

—Te entiendo.—La miro y su mirada se dulcifica.—.Yo me sentiría igual. Pero quiero darte todo. Quiero que estés cómodo, quiero que seas feliz y ayudarte a cumplir tus sueños.—La abrazo.—Si tu padre te ha quitado todo...—dice cautamente.—. Déjame ayudarte. En cuanto comiences con tu negocio esto cambiará y no necesitarás nada de nadie. Pero de mientras... Acepta mi ayuda.—La miro horrorizado y ella sonríe con indulgencia.—. ¿No me digas que eres de esos hombres machistas que no aceptan el dinero de una mujer?—Tira de mi mano y me sienta en el sofá subiéndose a mi regazo.—.¿Dónde te vas a quedar cuando vuelvas a Seattle? ¿Qué pasa si a tu padre se le cruzan los cables y te echa de tu casa? ¿Cómo vas a moverte si no tienes coche?—niego abrumado y echo la cabeza hacia atrás en el respaldo del sofá.

—¿Puede ser esto más humillante?—Me tapo la cara con las manos y ella suspira.—.No creo que mi padre llegue a tanto, Ana. Tampoco va a echarme de casa.—O eso espero. Ella frunce el ceño.

—Mi amor. Estaré aquí, a doce horas de vuelo. Preocupada. Sin saber si estas bien, si me dices la verdad por teléfono. Me gustaría asegurarme que no te falta de nada y estás tranquilo para poder centrarte en tu trabajo.—La miro incrédulo. Ella me besa los labios y acaricia mi cuello.—.Mira, vamos a hacer una cosa...

—Anastasia.—Le advierto.—. Ya me has dado muchísimo. Yo no quiero tu dinero, solo te quiero a ti.—Ella sonríe con dulzura.

—Y yo a ti.—Me besa.—.Y por eso mismo que te quiero más que a nada quiero estar tranquila y saber que estarás bien.—Acaricio su suave pelo y le meto un mechón detrás de la oreja.—. Solo...quiero...cuidar de ti.—dice entre besos en mi cuello y contonea con suavidad las caderas contra mi erección cada vez más dura y latente. Ella sonríe con malicia al ver lo que provoca y yo me tapo la cara.
Me tiene bien cogido por los huevos la muy descarada.
Ríe feliz y se abalanza a mis labios. Durante un momento pierdo la noción del tiempo. Nos separamos para respirar y ella sonríe.
—Venga, vete al gimnasio.—sonríe.
—.Me han mandado un correo de Hatchards, ya han llegado mis libros. ¿Vienes conmigo a recogerlos?—sonrío.

—Claro.—Le doy un beso y nos ponemos de pie.

—Voy a mirar el correo. Te veo en un rato.—dice y sale contoneándose del salón.
Sonrío.

El gimnasio es impresionante.

El gimnasio es impresionante

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Mi gran Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora