40

7.6K 406 25
                                    

—Vamos, nena.—tiro suavemente de la mano de mi mujer hacia la mansión en la que ha vivido su infancia.
La casa donde vine a recogerla y a dejarla los días que pasamos juntos. Nuestros primeros días. Los días más felices de mi vida y los que lo cambiaron todo.
Carmela, el ama de llaves, recibe a Ana entre lágrimas.
Ana recorre conmovida la casa y contempla todas la fotografías que su padre exponía orgulloso de ella.
La sigo en callado dándole apoyo silencioso. Flynn dijo que tenía que llorar a su padre, y aunque duela ella debe hacerlo.
Entramos en la habitación principal y Ana la recorre sin decir ni una palabra.
No ha dicho nada en todo el camino, más bien, desde esta mañana. No se ha levantado muy bien. Está muy pálida.
Suspiro.
Se sienta en una butaca que hay al lado del ventanal y se lleva la mano al vientre.
Parpadeo perplejo.
Cierra los ojos y suelta el aire lentamente.
—¿Estás bien nena?—me arrodillo a su lado y pongo la mano en su vientre. Ella se levanta de golpe y corre hacia el baño y vomita.
Le sujeto el pelo y pongo mi mano en su vientre encima de la suya mientras ella se convulsiona vomitando.
Es posible que...
Sonrío.
¿Cómo no he caído antes en esto?
—Ana...—levanta la mano para que me calle. Vale. Acuno su preciosa cara con amabas manos y le beso la cabeza.
—Anastasia, vamos a comer algo y luego descansas un rato.—le digo con firmeza y ella asiente. No paso por alto que evita mirarme a la cara.
Mientras bajamos las escaleras pienso en todas las veces que lo hemos hecho desde que la volví a encontrar. Todas las veces que la he hecho mía sin usar ningún tipo de protección, piel con piel. Vaciándome en ella.
Puede ser que esté embarazada.
La dejo en el sofá del salón, está pálida y sumida en sus pensamientos. Esta puede ser una noticia impactante para ella y más después de lo que ha pasado. Solo necesita tiempo.
Le pido a Carmela que nos sirva el almuerzo en el jardín. Hace buen día y un poco de sol y aire libre le vendrá bien.
Dios mío, un bebé.

Carmella nos sirve pastel de carne. Está delicioso. Y me alegra ver que Ana recupera el color de sus mejillas.
Niego con la cabeza a Carmela cuando viene hacia nosotros con una botella de vino.
Ana mira hacia el lado y contempla el extenso prado del jardín trasero de su casa.

—Algún día me encantaría tener una casa así.—dice nostálgica.—Pasaba horas jugando en mi casita del árbol. Mientras mi padre se sentaba aquí a leer o trabajar.—busco encima del árbol una pequeña y bien echa casita de madera.
—Los domingos, si hacia buen día, comíamos aquí fuera. Luego pasaba la tarde jugando.—me mira con una bonita sonrisa en los labios y vuelve a mirar el prado. Me alegro mucho que recuerde su infancia.—Me encantaba mi casita. Papá nunca quiso echarla abajo. Dijo que la dejaría para cuando yo tuvi...—se calla de golpe y se mira las manos con el ceño fruncido.
Termina la frase, nena.
Para cuando tuvieras un niño.
—Me...Me gustaría ir al cementerio.—cambia de tema, su voz suena temblorosa.—Para llevarle flores.—dice incómoda evitando mi mirada. Estiro la mano y le doy un suave apretón.

—Cuando tú quieras, nena.—me contengo para sacar el tema del posible embarazo aunque me muero de ganas de saberlo con certeza.
Ella parece aliviada y eso reafirma mi decisión de dejarlo pasar.

Permanecemos a los pies de la tumba de Raymond Steele. Abrazo a mi esposa mientras llora desconsolada.
Aunque no soy muy creyente rezo una oración por él, por mi suegro, por el padre de la mujer que amo. Aunque no le conocí, tiene mi admiración por haber criado a Ana solo. Por no haberla dejado de lado como lo hizo Dianne y por haberle dado tanto amor y buenos momentos. Ana siempre habla maravillas de él.
Cuando su llanto remite y sus lágrimas poco a poco dejan de salir de sus ojos levanta la cabeza de mi hombro y me mira.
Sus ojos rojos e hinchados me miran cansados y mi corazón se enternece.

—Vamos a casa, cariño.—le digo bajito y ella asiente. Mira por última vez la tumba de su padre y anda conmigo hacia el coche.
Abro la puerta del copiloto y Ana se hunde en el asiento, cierra los ojos y pone la mano en su vientre con cariño.
Sonrío.
Solo necesita asimilarlo.
Ocupo mi lugar tras el volante, hemos venido solos, Ana necesitaba hacer esto en la intimidad.

Mi gran Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora