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Salimos de la clínica y el sol calienta mi rostro. Me giro para mirar a mi mujer, sonríe radiante, un favorecedor rubor tiñe sus mejillas dándole un tono saludable a su luminosa piel inmacula.
Ni sus gafas de sol de Channel pueden ocultar el brillo feliz de sus ojos.
El doctor nos ha dado muy buenos pronósticos: la inflamación de su cerebro ha disminuido en su totalidad, poco queda en su organismo de la medicación que le estaban dando y con la receta de unas pastillas la inflamación de su garganta bajará en unos días recuperando totalmente la voz.
El día acompaña nuestros estados de ánimo y, aunque tengo una reunión por la tarde, quiero disfrutar de un almuerzo agradable con ella.

—¿Te apetece comer en el muelle?—ella levanta la vista hacia mí y sonríe.

—Vale.—dice alegre.
Prescott y Luke nos esperan junto al coche.
Me hundo en mi asiento junto a Ana y cojo su mano.

—Mañana nos iremos a Portland.—ella me dedica una sonrisa de agradecimiento.—Ya he hablado con Carmela para que prepare la casa para nuestra llegada.

—Genial.—le da un suave apretón a mí mano y con el pulgar acaricia mis nudillos.
Sonrío.
Flynn me recomendó que sería bueno para ella visitar la casa donde vivía con su padre, la casa de su infancia. También tengo pensado llevarla a Londres. Siempre le ha encantado. Me lo dejaré todo listo para despreocuparme de todo.

—Nena. Esta tarde tengo una reunión. Serán solo unas horas. En cuanto acabe me iré de vuelta a casa.—asiente.

—Vale. Yo iré a Runway. Quedaré con Kate y Miranda.—sonrío. Sé que solo es cuestión de tiempo que se sienta bien consigo misma.
Sé que tiene miedo de no volver a recordar, pero yo lo único que quiero es que haga su vida como ella quiera, pero que se sienta a gusto.
Ya me ha dicho que me ama y para mí eso es la vida de entera.
—Tengo ganas de ir.—se aclara la garganta carraspeando.—Vaya. Esas pastillas son milagrosas.—dice con voz más clara.
Sonrío.

—Me alegra mucho oírte hablar mejor, nena.—ella sonríe.

—¿Aunque sea con esta voz de garganta profunda?—dice burlona y yo me echo a reír.

—Sí,  aunque sea así. Además...—me acerco a su oído.—He de reconocer que esa voz ronca es muy, muy sexy.—escucho como se le corta la respiración y mira hacia delante nerviosa a Sawyer y Prescott.
Ignóralos, nena.
Tiro de su mano y la subo en mi regazo. Ella me rodea el cuello con sus manos y me acaricia el nacimiento del pelo con las uñas.

—¿Sabes?, creo que voy a mandar al carajo a los inversionistas y me quedaré contigo.—le hablo al oído y ella se remueve encima de mí.

—Llevas muchos días sin ir al trabajo. Tu imperio se vendrá abajo.—bromea con esa sonrisa excitada y los ojos turbios.

—Nuestro, nena. Lo mío es tuyo.—le recuerdo.—Así lo decidimos cuando nos casamos.
Asiente con una dulce sonrisa.

—Me parece bien. Y...¿Yo solo trabajo en la revista? ¿Que hago en los días laborales?—asiento.

—Trabajas en Runway. El astillero lo lleva Jason. Y los hoteles cada uno tienen su director general. Pero lo supervisas  todo. No se hace nada que no esté aprobado por ti.—asiente conforme.—Cuando nos casamos decidimos que trabajarías solo por las mañanas. Solo las cosas importantes. Pero eres una especie de adicta  al trabajo y más de una vez he tenido que sacarte de la oficina.—se ríe.
—Quise convencerte para que quedaras en casa pero tú no quisiste.—aquello no coló antes y tampoco lo hará ahora.

—¿Tú trabajas mucho? ¿Nos vemos a menudo?

—Claro que nos vemos a menudo. Vienes conmigo a todos mis viajes de negocios y yo voy a los tuyos. Intento siempre llevarme a casa el menor trabajo posible y los fines de semana no acepto ni llamadas. Ahí soy todo  tuyo.—sonríe con ternura y la abrazo con fuerza.—Casi siempre nos vamos fuera los fines de semana. Tenemos una casa en Aspen, un piso en Nueva York. Una cadena de hoteles por el mundo. Podemos elegir.—sonríe.

Mi gran Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora