Cuando tus ojos me miran

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Elena

- Elena – dice Ari - ¿me acompañas y rellenamos las copas?

- Claro. ¿Segunda ronda para todos? – pregunto.

Todos asienten y mi amiga y yo vamos a la cocina.

- ¿Qué ha pasado arriba? – me pregunta bajito.

- ¿Arriba? Nada – miento.

- No me mientas petarda, que te conozco demasiado bien.

- Nos hemos besado.

- Lo sabía. Sabía que algo pasaba cuando vi que tardabais en bajar. Y cuando aparecisteis en el comedor llevabais los morros rojos de haber estado dándole al filete.

- Qué vergüenza – digo mientras noto como me suben los colores.

- Qué vergüenza ni que ocho cuartos, a disfrutar y punto. Pero tienes que prometerme una cosa.

- Tú dirás.

- Fóllatelo antes de que se vaya el miércoles a Sevilla.

- Pero serás burra – le digo. Reímos terminando de preparar las copas para todos.

El café que nos íbamos a tomar se alarga con un par de copas y más tarde con unas pizzas que habíamos comprado en el súper por si pasaba precisamente esto; que estuviéramos tan a gusto juntos que los chicos no quisieran marcharse después de un café. Estamos poniendo la mesa cuando Marcos pregunta acercando su cara a la cristalera de la cocina:

- ¿Qué hay por ese pasillo?

Ari se lo explica y él dice que le gustaría ver la zona de la piscina. Fer no tiene ganas de salir y Marcos me propone que lo acompañe. Aunque me hago la remolona, estoy deseando pasar otro ratito a solas con él. Nos ponemos los abrigos y salimos de la terraza yendo por el caminito que lleva a la piscina muertos de risa porque le he dicho que me diera la mano y en vez de eso, me ha cogido desde atrás pareciendo dos patos mareados.

Le encanta la piscina y todo lo que le rodea. Pues si lo viera en verano seguro que le gustaba mucho más. La comunidad es como una pequeña gran familia que coincide todos los años en las mismas fechas y que hace que el ambiente sea agradable y tranquilo.

- ¿Qué te parece? – le pregunto.

- Me encanta. Si hubiera esto mismo en Málaga, me hipotecaba.

- Nunca he estado en Málaga – le digo.

- Pues no sabes lo que te pierdes. Su costa es espectacular.

- Espero conocerla algún día.

- Lo harás, yo te la enseñaré – se acerca a mí rodeándome la cintura con sus brazos y yo lo imito.

- Te tomo la palabra...

Soy consciente de que estas últimas palabras las he dicho en un tono un poco más provocativo y parece ser que le gusta el mordisco que le doy con suavidad en la barbilla, porque en seguida volvemos a besarnos con las mismas ganas que nos besábamos en el piso de arriba unas horas antes. Noto su erección cuando me agarra del culo y me aprieta contra él. Estoy tentada de bajar mi mano y tocarle, pero no lo hago. Nos separamos y por unos segundos nos miramos. Sin más, nos abrazamos fuerte. Parece que acabamos de caer en la cuenta de la locura que es todo esto. Él en Sevilla, yo en Barcelona y casi mil quilómetros de distancia que hacen imposible cualquier tipo de relación entre nosotros.

- ¿En qué piensas? – me pregunta volviendo a abrazarme por la cintura.

- En lo locos que estamos los dos.

La Banda Sonora de ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora