Cuando Sehun finalmente se convierte en el Rey, no esperaba serle fiel ni a su nación ni a su esposo.
Pero un simple engaño puede traer toda la destrucción y caos que nadie desea, mucho menos si eres el Rey y el que te está enterrando es tu propio...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
(El Rey Oh) -Créditos a quien lo hizo-
Después de la boda, los tres días siguientes fueron un caos lleno de dolor, excitación y exigencia. La primer noche que Kyungsoo perdió su virginidad, no tuvo ni tiempo de tan siquiera recuperarse. El futuro rey lo había tenido una y otra vez sin cansancio y a su merecer, importándole poco si el menor estaba en las condiciones necesarias.
Pero a pesar de eso, el pequeño doncel, no se podía quejar tanto como hubiera gustado. Aunque el príncipe Oh era un maldito y había aprovechado cada segundo a su lado, nunca lo lastimó. El dolor era más emocional que físico y no podía culpar tanto al alto. Sabía que las agrias palabras de Sehun eran dolorosas hasta cierto punto, pero cuando lo tomó cada noche y mañana no se sentían igual.
Sus palabras no concordaban con sus acciones, porque por más que Sehun aseguraba romperlo en dos; no lo hacía. Sus dedos lo preparaban hábilmente mientras que sus manos acariciaban cada curva con cuidado, como si tuviera miedo de exceder la velocidad e irse directo al abismo. Cada vez que el príncipe llegaba al orgasmo, nunca eyaculaba dentro de él a pesar de que sabía que su padre quería un pequeño nieto y para Kyungsoo ese acto no pasaba desapercibido.
Nunca cuestionaba al mayor, sólo se limitaba a obedecer y si le pedía arrodillarse, lo hacía. Si lo mandaba a acostarse bocabajo, lo hacía. Era un proceso que poco a poco se gravaba en su cabeza y que no planeaba borrar por su propio bien.
Cuando finalmente llegó el día de la coronación, Kyungsoo no estaba listo. La pena lo invadió cuando la servidumbre llegó y lo ayudó a ponerse su hanbok y descubrieron todo tipo de marcas por todo su cuerpo. Pero los que más lo avergonzaba eran aquellas *sugilaciones que se encontraban entre sus muslos y sobre su pecho. Claro que ellas no mencionaban nada, pero aun así era vergonzoso.
—Hemos terminado mi reina— avisó una mujer mientras hacia una reverencia.
Como era de costumbre, Kyungsoo no pudo evitar revirar los ojos a la vez que se acomodaba las mangas del hanbok; y es que ese maldito sobrenombre lo sacaba de quicio. Agradeciéndole a la servidumbre abandonó el cuarto para ir a buscar su asiento y así distraerse un rato. Pasó el jardín principal y fue hasta la puerta principal donde su asiento estaba posicionado sobre un tablado de metro y medio de altura.
Al notar que aun no ponían los escalones para subir, brincó y se aferró al pie de la silla real. Subió una pierna primero antes de agarrar fuerza para impulsarse y subir la otra y así quedar sobre el tablado. Apretando los ojos maldijo al notar que se habían aflojado los accesorios sobre su cabeza. Se levantó rápidamente pero eso sólo causó que un fuerte mareo se apoderara de él y tras perder el equilibrio no pudo evitar sentir como su peso caía hacia atrás y tan solo cuestión de segundos estaría tirado en el suelo.
