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Al día siguiente, traté por todos los medios de simular que continuaba dormido cuando ____ salió del baño, envuelta en una minúscula toalla blanca, el pelo mojado y su perfume concentrado llenando toda la habitación desde el momento en que la puerta a un lado de la cama se había abierto. Rebuscó entre su ropa hasta hallar su uniforme y, aunque deseaba que no se cubriera ya que se veía mejor vistiendo nada más que su ropa interior, la observé en silencio con un ojo abierto entre el edredón.

Se veía hermosa incluso con el uniforme de enfermera blanco y usualmente poco favorable, y el pelo a medio secar que caía por su espalda, pronto se lo recogió en una prolija coleta en la parte posterior de su cabeza mientras veía su reflejo en el espejo pegado del lado de adentro de la puerta del clóset.

La vi garabatear un papel que dejó sobre la mesita de luz de mi lado y se acercó a mí para darme un beso en la mejilla. Estuve a punto de dejarlo todo para otro día cuando la escuché pronunciar un 'Te amo' de su boca, que por alguna razón me sonó más sensual que de costumbre, tal vez porque las imágenes de la noche anterior aún estaban frescas en mi mente.

Escuché que la puerta del cuarto se cerraba, luego los pasos en las escaleras que se desvanecían hasta que todo se convirtió en un silencio coreado sólo por los pájaros mañaneros que decían que era hora de levantarme.

Abandoné la cama con entusiasmo. Ése podía ser un gran día, el principio de algo nuevo.

Tomé el papelito doblado en dos e identifiqué la clara caligrafía de mi novia.

"Buenos días, señor Bieber: espero recuerde que tenía turno en el hospital. Vuelvo al mediodía.

Lo amo.

Firma: señorita Hadgen"

Claro que lo recordaba, ésa era la base de mi plan.

Guardé la notita en el primer cajón del buró y me adentré al baño tarareando una canción que vaya a saber Dios de dónde la había sacado.

La temperatura afuera ya no era del todo baja y los primeros vestigios de la primavera iban apareciendo por lo que debí rebuscar en el clóset por algo más liviano que lo que llevaba el día anterior. Me decidí por una camisa celeste, la favorita de ____, jeans de oscuro azul, zapatillas negras y, sobre la camisa, un chaleco de hilo, también oscuro. Me calcé una de mis gorras de lana al tiempo que echaba un vistazo a la ropa de ____.

Se trataban de filas de perchas apretadas a tal punto que me pregunté cómo hacía para sacar una prenda de allí sin que las otras le saltaran encima. Encontré un par de vestidos que no podía esperar para verlos puestos en su cuerpo. Ella no se vería bonita con los vestidos, los vestidos serían bonitos por vestirla.

Antes de bajar, rebusqué en el cajón de mi ropa interior ése calcetín que tenía mis ahorros para momentos de emergencia. No era precisamente una emergencia, pero la ocasión lo ameritaba. De hecho, sólo podía intentar lograr acercarme a la mejor de las escenas. Lo vacié en mi billetera y bajé a tomar un desayuno ligero que no me supo ni la mitad de dulce que si hubiera estado en compañía. En su compañía. El café parecía incluso más amargo.

Luego de darme cuenta de que iba a darme algo como siguiera echándole azúcar a mi infusión, decidí que lo mejor era partir de una vez para luego no andar a las corridas.

Cuando salí de casa, me regalé dos segundos para quedarme mirando el cielo en todo su magnificente azul y con sus remolinos escasos de nubes blancas. Las hojas comenzaban a crecer en las ramas secas de los árboles, pequeñas y tímidas dándole un toque de verdor brillante al dorado apagado del invierno.

Tomé un taxi justo en la esquina con destino a la joyería, allí comenzaba el plan que venía ilusionándome hacía días, por no decir semanas.

El viaje me pareció demasiado corto como para reencontrarme con todos los matices de grises que me mostraban los edificios de la ciudad. Todo llamaba mi atención, cada detalle captado por mis ojos tenía el doble de importancia de lo que habían tenido alguna vez.

Luz de medianoche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora