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—¡Eh, acá, estoy libre Mateo!–exclamó Sol levantando la mano.

Mateo pateó la pelota hacia su dirección y Sol empezó a correr con ella hasta el intento de arco que habían armado los chicos con piedras. Matías intentó quitarselo y Sol le devolvió la pelota a Mateo, al final, este metió un gol y cada uno gritó por la victoria, abrazandose impulsivamente.

—¡En tu cara, Spallatti!–gritó Mateo con energía y chocó los cinco con Sol.

Matías frunció el ceño cuando vió los dos enemigos tan felices por haber logrado algo juntos. Miró a Mauro y este se encogió de hombros, sin entender tampoco la reacción de ellos.

Daniel, sin embargo, ni se mosqueó. Desde la cabaña estaban así. Quién los entiende.

—Ustedes dos son raros.–Habló Mauro.

—Cerralo.–dijo Mateo.

Las chicas, excepto Sol, se encontraban sentadas en uno de los tronquitos de madera que buscaron todos para que en la noche se realizara una fogata. Mateo con tan solo verlas se aburría, no hablaban nada interesante, solo de chismes tontos o de apariencias hacia otros. Sol que era una chica, prefería jugar al fútbol y hacer cosas más interesantes que estar postrada hasta que su nalga de adormeciera. Mateo admitió en silencio que prefería a alguien como Sol, que alguien como aquellas chicas.

—¿Jugamos tres contra dos?–preguntó Mauro a Sol y ésta asintió–Genial, venite a nuestro equipo.

Mateo notó las ganas que Mauro le tenía a Sol. Nunca fue lo bastante disimulado para no mostrar sus sentimientos.

—Eh, pero ya está en mi equipo. Vos llegaste tarde– Mateo no sabía por qué la reclamaba. Antes, prefería mil veces tener en contra a Sol. Pero ahora le daba por la vena que Mauro intentara algo con ella.

—¿Y que hay con eso? Es solo un juego.

Sol no dijo nada y se dirigió al equipo de Mauro. Al final se dividió así: Mauro, Sol y Daniel y el segundo equipo: Mateo y Matías.

Empezaron a jugar un buen rato. Luego de media hora o más, terminó ganando el segundo equipo por un gol. Sol odiaba perder, pero esta vez, le valió un comino quién ganó. Es más, trató con normalidad a Mateo. Los tres muchachos volvieron a sorprenderse, porque en situaciones como estás, debían alejar a Sol de los pelos de Mateo.

—Che, ya se está oscureciendo–habló Daniel mirando el cielo –empecemos a armar.

Todos dividieron tareas. Sol, Mateo, Mauro y María, se irían al bosque a buscar ramas o troncos para hacer el fuego. Y el resto, armarían las carpas y demás.

Los cuatro se encaminaron hasta los árboles y se dividieron en dos. Mateo y Sol se fueron a la derecha y empezaron a tomar todo tipo de rama que se les cruzara en el camino.

—No la estoy pasando tan mal después de todo–habló Mateo mientras se agachaba para recoger otra rama.

Sol asintió.

—Si, nada mal.

Sus padres insistieron demasiado. Y aunque ellos se habían unido, nada hizo que los grandes cambiarán de opinión. Pero no se la dejaron tan fácil, ya que los dos habían pedido una condición: luego de volver a la cabaña, los padres no podían exigir nunca más que Mateo y Sol pasen tiempo juntos. Si no, ellos se encargarán de arruinar lo que queda de vacaciones. Los grandes aceptaron.

—No veo la hora de volver y acabar con esto.

Mateo no entendió a lo que se refería Sol. ¿Acabar con este intento de amistad falsa? Porque, aunque suene irónico, lo sentía muy real. No sabía que podía llevarse tan bien con Sol. Tal vez siempre lo pudo, pero nunca se esforzó en intentarlo.

—Si, yo también.

Luego de tener todas las ramas suficientes, empezaron a volverse.

Mateo tenía un leve pensamiento incómodo. Al final, decidió preguntarle a Sol antes de al menos dudarlo un poco.

—¿Qué onda con Mauro?

Sol lo miró y frunció el ceño.

—¿Qué?

—Con Mauro. Dale, Sol, no te hagas, ví como te miraba.

—¿Cómo me miraba?–preguntó sin entender absolutamente nada.

—Como si te tuviera ganas–no sabía por qué le había salido tan irónico de la boca. ¿Por qué lo enojaba?

—Dejá la droga, Mateo.

—¿No te has dado cuenta?

—Mauro está con María, Mateo. Antes tuvimos algo, pero ya pasó. Nos superamos.

—Espera, ¿Qué?–Mateo quedó atónito– ¿Cómo que antes tenían algo? ¿salieron?

—Si, un par de meses. Luego decidimos cortar porque no pegamos ni con gotita.

—¿Y por qué no lo sabía?

Sol se detuvo y lo miró.

—¿Debías saberlo?

—Eh, si–dijo como si fuera obvio–. Salias con él, Sol, ¿Y no me enteré?

—Para, para, para– Sol río sin poder creerlo–. Primero que todo, no sos mi amigo, Mateo. Dos, nunca en mi vida te confíe un secreto mío, ¿Por qué te iba a decir lo de Mauro?–lo miró–Y último, parecieras que me estás reclamando, no sos mi novio.

Mateo bufó consternado.

—Ya, pero luego venís y me besas.

—¿Y eso que mierda tiene que ver?

Mateo abrió la boca para contestar. No sabía qué tenía que ver, ni tampoco sabía por qué se encontraba celoso de Mauro. No sabía nada.

—Porque luego te vale tres hectáreas de verga. Me tratas raro por un tiempo, luego me decís "seamos amigos por un tiempo"–imitó la voz de Sol– y ahora me entero de esto.

—Estás mezclando todo–habló Sol caliente.

Mateo se encogió de hombros.

—Si no me hablaste por lo del beso, es porque te afectó.

—¿Eh?

—¡Te gustó. Te gustó el beso!–exclamó Mateo. Sol negó.

—Para nada, chapas para el orto.

—Si, como se notó cuando no te separaste en ningún momento.–ironizó Mateo.

—¿Y vos? Tampoco te separaste, se notaba desde lejos que me querías seguir besando.

—Mentira.

—Mentira dice–habló Sol–. ¿Si te beso ahora, te vas apartar?

Mateo no sabía si tomarselo como una pregunta casual o como un desafío.

—Sí.

Sol tiró las ramas y se acercó a Mateo. Estaban demasiado cerca, tanto, que podían chocar sus narices.

Ella lo beso, rápido y conciso. Al separarse, Mateo tomó su cuello y la empujó a juntar sus bocas de nuevo.

Ella terminó alejándose.

—No te penses cualquiera, Mateo.–dijo Sol, recogió las ramas y caminó directo a la fogata, dejándolo solo.

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HOLAAAAAAA!
Ojalá les vaya gustando.

No se olviden de votar, así veo cuántos me leen y seguir está historia.

Estuve desaparecida. No tengo excusa. Ando media pendeja por un pibe y bue, estoy mal ahr.

Saludos

Te odio - Mateo Palacios/TruenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora