Capítulo 11

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Nuevas amistades 

Si el día anterior me sentía frustrada, hoy me siento pululando de felicidad. No me interesa en lo más mínimo ir al colegio y ver a todos burlarse de mí. Lo único que me interesa es estudiar, y terminar el año con buenas notas.

Mi madre me apresura para irme, porque según ella, ya voy tarde. Me hago una coleta, me coloco los lentes, tomo mi maleta y salgo de mi casa con el pan en la boca. 

—Veo que vas con prisa. —Escucho las mofas de mi vecino. 

Salto del susto haciendo que mi pan se caiga al piso —¡No! Solo he comido un bocado. 

—Lo siento, no quería asustarte. En compensación te he traído esto. —Me entrega un envase de plástico con frutas dentro. 

Después de ese percance optamos por darnos prisa y llegar antes de que cierren la puerta de entrada al colegio. Hacemos una maratón y de eso no hay duda. Al llegar al segundo piso, tratamos de no hacer demasiada bulla en los pasillos, y una vez frente a la puerta de nuestro curso, la abro lentamente para no llamar mucho la atención. 

Para mi fortuna y la de Evans, la profesora todavía no está en el aula, y lo único que cae sobre nosotros, es la mirada de todos nuestros compañeros. Agacho mi cabeza y camino rápido hasta mi asiento. Evans por el contrario camina con normalidad y sin nada que ocultar.

Una chica de cabello corto y de mi estatura, tal vez un poco menos, agarra un borrador de pizarra y golpea varias veces el escritorio de los docentes consiguiendo el interés de todos. 

—¡Atención por favor! En vista de lo que hablamos hace unos días, y como presidenta de curso no puedo tolerar un comportamiento como el que se vio con nuestra compañera Dana Lane. 

Ella miraba a cada estudiante con rigor desde su posición y en vista de que nadie decía nada, alguien en la parte de adelante se levanta de su asiento y exclama:

—¡No escucho las disculpas! 

—¡Sentimos nuestro comportamiento compañera! — Todos se pusieron de pie al declarar unas disculpas hacia mí. 

—No quiero ver otra conducta desfavorable de parte de ustedes nuevamente. Pueden sentarse —ordena.

Miro agradecida al chico de alborotado cabello de brócoli.

—Gracias Vicepresidente por su ayuda —dice la chica que sostiene el borrador, con cierto aire de autoridad.

El otro chico se aleja del escritorio y se dirige a uno de los primeros asientos. 

No pasa mucho tiempo hasta que la profesora ingresa al aula y da inicio a las aburridas clases de biología.

Yo había aceptado las disculpas de todos mis compañeros, incluida aquella disculpa falsa de la arrogante Lissa. Muy dentro de mi corazón, sentía que todo iba bien, porque al parecer habían personas como la presidenta y el vicepresidente que se preocupaban por los demás. Evans era un caso especial, él siempre me prestó atención desde que llegué. Así que, me sentía agradecida por esas dos personas que me tomaron en cuenta el día de hoy. 

La hora del recreo llega, todos en la clase salen a comprar y otros a comer por allí en algún lugar. Yo decido quedarme, y como era de esperarse, Evans hace lo mismo. 

—No te tienes que quedar por obligación. Puedes irte si quieres —le articulé al idiota. 

—De nuevo con esta actitud mi querida Dana —Saca su celular y empieza a buscar algo.

—¿Qué haces? —Pregunto.

—Buscando el término Otaku que se utiliza para denominar a las personas que son frías, pero que en realidad son sensibles y amigables.

—Se les llama Tsundere —respondo. 

Él sonríe ante lo que acababa de decir y sin previo aviso lleva su asiento a un lado de mi mesa de escribir y se sienta con la firme decisión de no irse, ni a golpes. —¿Comerás lo que te di mi querida Tsundere?

—¡No me molestes! —Le tiro una uva. 

—Lamentamos interrumpir, pero ¿podemos comer con ustedes? —dice de repente la Presidenta, acompañada del vicepresidente. 

Les indico que pueden hacerlo, y sin perder tiempo, se sientan cerca  de nosotros.

 —Mi nombre es Adriana Miller y este es mi amigo Alan Parker. —Señala al chico de cabello, con forma de brócoli; y ese acaba siendo, mi apodo para él—. Ambos somos los directivos de la clase y sinceramente nos disculpamos por el comportamiento de los demás.

—Nunca me di cuenta de ustedes. Lo lamento. Yo por lo general no tengo amigos, solo a este bufón que se pegó a mí cuando ingresé —les digo, un poco apenada. 

Alan mira a Evans con autoridad y dice:

—Este tipo siempre ha traído problemas desde mucho antes, me sorprende que últimamente se haya educado. 

Evans le da una mirada desafiante, y le responde:

—No tanto como los que tenías tú, antes de que llegara tu querida presidenta. 

Adriana interviene:

—¡Basta ya chicos! ¡Alan compórtate! —El joven de tes blanca y cuerpo delgado, lanza una mirada fulminante a Evans por última vez y enseguida voltea a ver a la presidenta con ojos de cachorro. 

La situación en la que me encuentro, es tan graciosa, que comienzo a reír sin parar. Ver a las personas que acabo de conocer junto a Evans, comportarse de esta manera, me llevan a ese momento de mi infancia en la que no me preocupaba nada, y en donde todo estaba lleno de colores para mí.

Anhelaba esa instancia de la vida. No puedo recordar todo con claridad, pero cada vez que veo una situación alegre como la que estoy viviendo justo ahora, me ayuda a traer de nuevo esos recuerdos que había sellado. 

Mis ojos se llenan de lágrimas y mi risa incontrolable para. Esta vez no lloro de tristeza, ni tampoco de soledad. Descubro que estoy llorando de felicidad. 

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