14 Capítulo "Si no te golpearé"

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En multimedia Ryan.

—¿Qué haces aquí? —preguntó alguien a mi lado, y al ver de quién se trataba, bufé. Genial.

—Qué te importa —respondí, "borde" como dice él. No le diría: «nada, solo daba un pequeño paseo y me perdí»

—Qué borde —murmuró tomando asiento frente a mí, sin siquiera ser invitado antes, y dejando su botella de cerveza encima de la mesa.

—Está bien... —suspire rendida, como si me estuviese insistiendo—. Me perdí —dije sin rodeos. Él tan solo sonrió de medio lado.

—No te llevaré —dijo finalmente, pensando que se lo pediría.

Oye, qué amable eres gracias, todo un amor de persona.

—No quiero que me lleves, estoy esperando un taxi —respondí.

—¿Un taxi? —preguntó.

¿Este chico era idiota de nacimiento, o simplemente se hacía? Porque si era así, pues déjenme decirles que era un actor de primera y no entendía qué hacía aquí cuando tendría que estar actuando en Hollywood, ¿no? Lo sé, me fui a la mierda, tampoco era como si fuesen a aceptarlo en un lugar como ese.

—Sí, un taxi. Ya sabes, esos autos amarillos que transportan gente a donde les...

—Sé lo que es un taxi —me interrumpió molesto—. Tampoco es como si fuese idiota.

Noo, claro que no...

De todos modos no sé por qué se enfada, solo trataba de ayudarle.

—Me refería a que no vendrá hasta tarde —agregó, y lo miré ceñuda.

—Sí lo hará, dijeron que no tardaría en llegar.

—Suerte con eso, nena —contestó sarcástico—, ¿en cuánto te dijeron que vendría? ¿eh...?

—En unos 10 minutos.

—Bueno, ya pasaron como unos 15 —dijo, mirando la hora en su celular. Gruñí ante su pesimismo, a lo que pareció causarle gracia, ya que sonrió más.

Idiota.

¿Cómo era posible que en una ciudad como New York, donde hay más taxis que autos, no vinieran a horario?

—Vamos —le dio un último trago largo a su cerveza y se levantó.

—¿A dónde? —pregunté confundida.

—A Disneylandia.

Bueno... admito que fue una pregunta estúpida. Rápidamente levanté mi trasero de esa silla y lo seguí antes de que se arrepintiera de llevarme.

Lo seguí hasta afuera del local, donde vi su hermosa motocicleta aparcada en el asfalto frente a mis narices. Miller se montó en esta, se puso su casco y el otro me lo ofreció a mí. Lo tomé y me lo puse, pero no supe cómo abrocharlo.

—Ven —rodó los ojos ante mi ignorancia. Pasando por alto su gesto, hice lo que me pidió y me acerque hasta él—, ¿acaso no sabes ponerte un casco? —preguntó con ingenuidad levantando mi barbilla sin pizca de delicadeza alguna, para al instante escuchar un ¡Clic!

—No es mi culpa —me defendí—. Esta es la primera vez que me subiré a una motocicleta.

—Entiendo, pero si no te apresuras no habrá primera vez.

Me sostuve de su hombro, aguantando las ganas de decirle algo, y me impulsé para subirme.

—Agárrate de mí, o te caerás —me advirtió, poniendo el motor en marcha y doblando un poco hacia la izquierda para ponernos con los demás autos que circulaban por la calle.

El Idiota, el Odio y yo. © |#1| (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora