En multimedia Amanda.
Gracias al cielo que no lo notó, o al menos eso quiero pensar, de otro modo ahora mismo estaría muriendo de la vergüenza. Estaba delirando, seguramente era producto del trago que tomé de golpe y obviamente ya me hizo efecto porque claramente no me encuentro en mis cinco sentidos en estos momentos.
Tratando de olvidar mi momento de delirio, me concentré en mirar hacia el frente para poder guiarlo, ¡pero vaya que el desagraciado era alto y no veía casi nada sobre su hombro!
—Ahm... tendrás que agacharte un poco, no veo casi una mierda —le avisé, haciendo que soltara una leve carcajada.
De todos modos, lo hizo sin rechistar y ahora ya podía ver bien.
—Bien, toma el dardo —lo puse en su mano y este lo sujetó mirando ceñudo hacia el frente en todo momento, parecía bastante concentrado.
Puse mi mano sobre la suya y, poniéndolas en posición de tiro, entrecerré mis ojos y las balanceé de adelante hacia atrás tratando de apuntar al blanco. Una vez que creí que ya esta bien posicionado... lo lanzamos. Dando justo en el centro.
—Wow... —dijo asombrado sin quitar su mirada del dardo, ahora clavado en el tiro al blanco—. Eres buena —agregó asintiendo y, se volteó completamente hacia mí, por lo que tuve que alejarme un poco hacia atrás para no comerme su pecho.
—Gracias.
—¿Dónde aprendiste a jugar tan bien? —preguntó curioso.
—Ahm... bueno, a mi abuelo le encanta el tiro al blanco, es por eso que en su casa tiene uno en donde yo practicaba mi puntería. A veces sola y otras con él —dije sonriendo al recordar cuando una vez casi le rompí un hermoso y muy costoso cuadro a la abuela—. Cuando venían amigos a casa nos poníamos a jugar y bueno... apostábamos dinero y obviamente yo siempre ganaba —agregué riendo al recordar también cuando mis amigos se enojaban precisamente por eso, ganarles y perder su dinero. Aunque claro, a veces se los devolvía si me encontraba de buen humor.
No, mentira, se los devolvía y seguíamos jugando como si nada.
—Eras una tramposa —contestó sonriendo levemente, a lo que la mía desvaneció dando paso a un rostro serio he indignado.
—Oye... —me quejé claramente indignada—. Se los devolvía, no me quedaba con su dinero.
—Está bien, tranquila —dijo sonriendo aún más—. Ya entendí, no eras una tramposa... eras una mentirosa por engañarlos y hacerles creer que en verdad habían perdido su dinero para aprovecharte de ellos y hacerles pasar un mal rato —sentenció seguro de sus palabras haciendo que me enfadara hasta la mierda.
—Ay, por favor. Yo apostaba, sí, pero al menos tenía la decencia de devolverles su dinero porque eran mis amigos. No como otros que seguramente se lo quedarían —contraataqué enojada y sin siquiera medir mis palabras.
Él solo me observó en silencio con su mandíbula apretada a más no poder. Podría jurar que si seguía ejerciendo más presión se le romperían los dientes.
—¿Qué insinúas? —preguntó enfurecido—, ¿que yo sí le robaría a un amigo? —mantuvo su expresión seria y su ceño fruncido.
—No lo sé, quizá sí, ¿quién sabe? —respondí, subiendo aún más mi tono de voz, sin permitirle que me intimide con su mirada furibunda de me lanzaré sobre ti en cualquier momento.
—Déjame decirte que... —se acercó peligrosamente hasta mí obligándome a alzar el mentón para verlo a los ojos. Aún así, permanecí quieta en mi lugar sin siquiera moverme un centímetro—. yo no soy un ladrón y si lo fuera, no le robaría a mis amigos. Tengo moral, no confundas, nena —siseo cada palabra con enfado.
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El Idiota, el Odio y yo. © |#1| (Editando)
Ficção AdolescenteCuando Alexa regresa a su país natal, todo parece haber seguido igual a antes de que se fuera. Sin embargo, muchas cosas cambiaron desde entonces; la escuela, las personas, e incluso hasta su vida misma. Pero lo que más cambió fue cuando conoció a...