20 Capítulo "¿Qué más nos podía suceder?"

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En multimedia Alana.

Después de que termináramos con la merienda/almuerzo y de que Alex también dejara de burlarse, decidimos salir a caminar por un rato a disfrutar de la tranquilidad de la hermosa naturaleza, para descansar de todo el molesto ajetreo del cual veníamos.

Llevábamos bastante tiempo caminando sin siquiera a vernos detenido a descansar por tan solo unos minutos, lo cual, nos deja como resultado, que esté prácticamente sin piernas porque sentía las pantorrillas sumamente adoloridas. Y ni hablar de mis pulmones que en estos momentos no dejaban de trabajar a mil para que pudiera respirar aunque sea por un poco de oxígeno.

—E-esp-e-ren... n-no pue-do... —dije con dificultad al hablar—. No pue-do... m-ás —agregué deteniendo mi caminata, seguido de apoyar las dos manos en mis rodillas para descansar mejor.

Estos, al escucharme voltearon para verme con rostros de, ¿en serio?

—Hija, no llevamos caminando ni diez minutos —dijo papá, negando incrédulo.

Ooh... Juraría que se sintieron como si hubiesen sido horas y horas.

—Alexa, te encuentras en peor estado físico que nuestro padre de 44 años —dijo Alex remarcando su edad y, cómo no, burlón, viendo mi rostro de seguramente moribunda.

Lo cierto es que no podía negarlo porque incluso creo que hasta me encuentro en peor estado físico que una anciana fuma tabacos de 80 años. Sí, la triste y maldita realidad era algo dura cuando quería, ¿eh...?

—Tienes razón y no puedo negarlo —respondí una vez que mi respiración se regularizó un poco para poder hablar con normalidad.

—Bueno, continuemos que se nos hará tarde para enseñarles un lugar —habló papá, siguiendo sin siquiera esperarnos.

Al menos mi hermanito sí era bueno y me esp... No, nada, nunca dije nada. Se fue detrás de él dejándome tirada sin importarles absolutamente nada mi estado. En estos momentos podría estar muriéndome y ni lo notarían.

Pero que amor de familia tenía que se preocupan demasiado por mí.

Resignada y con las pocas fuerzas que me quedaban tuve que seguirlos si no quería perderme, ya que era demasiado obvio que no sabría cómo regresar sola hasta la cabaña.

Solo espero que a donde quiera que nos esté llevando valiera la pena el a ver caminado aún más.

[...]

Poco después de tan solo unos 20 minutitos, de los cuales estuve arrastrando mis pies del cansancio, por fin habíamos llegado al dichoso lugar donde quería enseñarnos... ¿un lago?

—¿Es en serio? ¿Nos hiciste caminar tanto para ver este mugroso lago de cuarta? —pregunté molesta e incrédula viendo al susodicho.

No era nada de lo que dije, tenía unas cuantas hojas secas, pero descartando eso era completamente hermoso.

—Así es —respondió sin inmutarse y con su vista fija en él—. Los traje hasta aquí para que pudieran ver nuevamente el lugar donde su madre y yo nos conocimos, ya que no creo que lo recuerden demasiado porque ambos eran muy pequeños —habló algo nostálgico tratando de ocultarlo, y al instante me sentí horrible por haberle hablado tan mal.

¿Saben? De repente me siento como Amanda, una completa perra... Aunque ni tanto, sin duda alguna eso ya era demasiado.

—Casi todas las vacaciones de verano solíamos venir a esa misma cabaña en la que estamos; luego no esperábamos ni un solo segundo en venir hasta este viejo lago, donde ustedes tanto amaban jugar y divertirse —continuó contando mientras que lo escuchábamos atentamente—. Cada vez que veníamos aprovechaba la oportunidad de querer enseñarte a nadar a ti, Alex, hasta que un día tragaste agua y nunca más quisiste volver a intentarlo. Y tú, Alexa, te quedabas en la orilla junto con su madre juntando las piedrecitas que más les gustaban para llevarlas a casa y coleccionarlas.

El Idiota, el Odio y yo. © |#1| (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora