Al bajar del avión y recoger mis dos maletas, me dirigí hacia la entrada, donde se encontraban todas las personas y familias emocionadas con carteles en la mano recibiendo a sus familiares que venían de regreso, o simplemente a visitarlos.
Visualice que se encontraba un gran grupo de turistas, al parecer alemanes por cómo intercambiaban palabras entre ellos, y no es que fuese muy buena en idiomas, pero creo estar segura de que sí lo eran. Un hombre, al que deduje como su guía turístico se les acercó y comenzó a hablarles en su idioma para que obviamente lo entendieran, haciendo que ellos asintieran sonrientes a lo que sea que el guía les dijo. Sin duda alguna se les veía demasiado expectantes por todo lo que tenemos para ofrecerles.
Estaba completamente segura de que se llevarán una buena imagen de los neoyorquinos, pero por sobre todas las cosas, lo que nuestra ciudad les ofrecerá para dejarlos más que satisfechos y con un gran recuerdo en sus memorias que nunca olvidarán.
Justamente eso último fue lo que me llevé durante todo este tiempo que estuve fuera... Extrañaba mi vieja cuidad incluso más de lo que creí.
Me paré de puntillas para intentar ver mejor porque tenía a todo el grupo frente a mí, y no era que fuese tan baja, media 1.70, pero estos tipos en verdad sí que eran muy altos; quizás dos o incluso hasta tres cabezas más altos que yo. Los cuales obstruían mi campo de visión y no podía moverme por tanta gente a mi alrededor.
—Disculpen... con permiso —dije, haciendo una seña con mi mano dándoles a entender de que se apartaran.
Al principio dudé en que entendieran lo que les dije, hasta que finalmente se apartaron abriéndome el paso. Y al momento de pasar entre medio de ellos, algunos me miraron de arriba hacia abajo sin molestarse en siquiera ser un poco discretos.
No me miraron como si me fuesen a secuestrar para violar, así que no me preocupé.
—Bonee giorni —les dije a modo de saludo. Ellos solo asintieron con una sonrisa y luego se dijeron algo que al parecer les causó mucha gracia.
¿Eso fue una mezcla entre italiano y francés?
Me lleva... pensé que era alemán. De seguro me habrán visto como una rarita que primero les habla en un idioma, y luego en otro completamente distinto que ni siquiera existe. Bueno, sí lo hacen aunque no estando unidos como yo lo dije.
Ahora entiendo el porqué de sus risas, se estaban burlando de mí en mi cara.
Que idiotas.
Seguí caminando y frené en seco al ver a un chico de cabello rubio oscuro buscando desesperado con la mirada a alguien... y ese alguien era a mí.
No podía creer lo que mis ojos aún veían, no era más ese niñito débil y flacucho que mi mente recordaba. Ahora es bastante guapo, con espalda ancha y se notaba que hacía ejercicio por sus brazos que se marcan incluso hasta por debajo de su camiseta blanca. Su rostro no ha cambiado demasiado, aún sigue conservando sus adorables pecas en pómulos y nariz.
Aún así, con todo este notorio cambio, estaba completamente segura de que era él. Lo podría reconocer aunque hubieran unos 40 metros, o incluso hasta kilómetros de distancia entre ambos.
No es que todo el tiempo que estuve en Argentina no nos comunicáramos, sino que más bien nunca hablábamos por Skype ni tampoco intercambiábamos fotos. Solo lo hacíamos por llamadas telefónicas durante horas al igual que con mi padre.
Lo sé, se estarán preguntando si eramos cavernícolas, o qué, por si tienen dudas la respuesta era no, con tanta tecnología que tenemos hoy en día y nosotros hablándonos a la antigua. Solo nos hubieran faltado las cartas o un telegrama.
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El Idiota, el Odio y yo. © |#1| (Editando)
Ficção AdolescenteCuando Alexa regresa a su país natal, todo parece haber seguido igual a antes de que se fuera. Sin embargo, muchas cosas cambiaron desde entonces; la escuela, las personas, e incluso hasta su vida misma. Pero lo que más cambió fue cuando conoció a...