El vuelo que nos sacaba de Forks se había retrasado más de dos horas por problemas con la niebla, y, entre escalas, esperas y demás, habíamos llegado a la isla de Santa Lucía muy cerca del anochecer, aunque no se nos hizo demasiado largo, ya que pasamos la mayoría de las horas durmiendo. Allí, ya nos esperaba la avioneta que nos llevaba al islote privado de Emmett y Rosalie, esa que Alice y Jasper habían alquilado para nosotros.
Este último trayecto apenas duró media hora. El astro rey ya empezaba a ocultarse en el horizonte marino, y Jake y yo vimos parte de la preciosa puesta de sol desde el aire. También observamos el islote. Era una superficie de forma irregular, totalmente arbolada y verde, que abarcaba pocos kilómetros y cuyas playas, que bordeaban casi toda la pequeña ínsula, eran las únicas superficies de color arena que se veían entre tanta vegetación. Pudimos ver un estanque que reposaba en las faldas de la única cordillera que había en el islote.
―¿Crees que encontraremos a King Kong aquí? ―bromeó Jake.
―Muy gracioso ―le respondí con retintín, dándole un pequeño empujón en el brazo mientras los dos nos reíamos.
La avioneta aterrizó primero en el agua y después se deslizó con suavidad hasta que llegó a la orilla de la playa, donde ya se detuvo del todo.
Nos bajamos del aparato y el amable y simpático piloto nos ayudó con las maletas, metiéndolas en la espectacular casa.
Jacob y yo nos quedamos boquiabiertos cuando la vimos.
La vivienda, de dos plantas y de forma rectangular, era enorme. Parecía un cubo alargado, pues prescindía de cubierta inclinada, ya que la azotea era transitable. Sus paredes blancas reflejaban los pocos rayos de sol que quedaban y estaban llenas de grandes ventanales, tanto en la zona superior como en la inferior. Las terrazas con vistas al mar estaban a la orden del día en la planta de arriba, donde, supuse, estaban los dormitorios. Cada una de ellas estaba provista de un sofá rojo lleno de cojines a juego y una mesa baja de mimbre.
―Guau ―exclamó Jake, estupefacto―. Sí que maneja pasta tu familia.
Yo también tuve que pestañear varias veces.
El piloto no tardó en salir de la casa.
―Enhorabuena y que tengan una bonita luna de miel, señores Black ―nos dijo con ese acento latino que era tan dulce. No pude evitar sonreír al escuchar mi nuevo estado civil y apreté la mano de Jacob―. Si me necesitan, sólo tienen que llamarme.
―Gracias, Fernando ―le respondió Jake con otra sonrisa, dándole una palmada en la espalda―, pero creo que tardaremos una buena temporada en hacerlo.
Éste le rió el chiste, yo me puse roja como un tomate, le dimos una propina y se alejó en su avioneta.
Sin embargo, era verdad. Un año de abstinencia era demasiado para nosotros, y ahora por fin habíamos llegado a este islote paradisíaco completamente solitario, este paraíso de aguas caribeñas y arenas blancas que habíamos estado esperando todo este tiempo. Y teníamos quince días por delante, quince días en los que no tenía pensado despegarme de él ni un segundo.
―Venga, entremos ―le insté, tirando de él.
―Espera ―me paró. Entonces, pasó su mano por detrás de mis piernas y me tomó en brazos―. Hay que hacer las cosas bien ―afirmó con esa sonrisa torcida suya que me encantaba.
Solté una risilla, agarrándome bien a su cuello, y le di un beso corto en los labios.
La puerta ya estaba abierta, así que sólo tuvo que pasar y cerrarla con el pie. La casa era tan grande, que el suave portazo hizo eco en las paredes.
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JACOB Y NESSIE NUEVA ERA II (Comienzo 1° parte)
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