Dejé a Nessie en el suelo, sin dejar de besarnos en ningún momento, y ella enseguida acomodó sus brazos alrededor de mi cuello para arrimarme su cuerpazo. Mis manos no pudieron evitar aferrarse a su cintura para pegarla más a mí mientras nuestros labios se comían mutuamente.
Dios, este no era ni el sitio ni el momento más adecuado para esto, lo sé, pero ninguno de los dos podía parar ya.
Cuando quisimos darnos cuenta, la energía que fluía a nuestro alrededor comenzó a volverse loca y nuestras bocas jadeaban incesantemente entre todos esos besos consecutivos, incesantes, besos que pasaron a ser más y más apasionados, hasta que ya rozaron la locura. Entonces, nuestras lenguas pasaron a formar parte de ese juego, saboreándose la una a la otra con fervor.
¡Uf! La cosa estaba que ardía.
Le quité la chaqueta hacia atrás, ayudado por sus impacientes brazos, los cuales regresaron a mis hombros y a mi nuca para acariciarme con ansia, y empecé a desabrocharle esa blusa de color azul marino que se le ceñía tan bien a ese escultural pecho que ya me moría por probar.
No llevaba ni cuatro botones, cuando alguien picó a la puerta con unos toques fuertes y contundentes.
Ambos despegamos nuestras bocas, sobresaltados, aunque nuestros bronquios seguían agitados y nuestras frentes juntas.
―Mierda, ¿quién será? ―mascullé, girando levemente mi careto hacia la puerta y haciendo que la frente de Nessie pasase a apoyarse en mi sien.
Los golpetazos volvieron a sonar.
―¿Quién es? ―pregunté, malhumorado.
La puerta se abrió y la rubia canija apareció tras ella. Automáticamente, Nessie se agarrotó y clavó sus dedos en mi piel para que no me separase de ella. Los ojos de la Pitufina casi se salen de su sitio cuando nos vio.
―¿Se puede saber qué quieres? ―inquirió Nessie, enfadada.
―Como tú pediste, vengo a quitarle los grilletes y el collar ―anunció, alzando la barbilla con arrogancia.
Resoplé al escuchar la palabra collar, porque la pronunció con un matiz que no me hizo ni pizca de gracia.
―Pues dame la llave, ya se lo quito yo ―dijo mi chica, despegándose de mí para acercarse a ella.
―Mis órdenes son que se lo tengo que quitar yo ―respondió la canija con petulancia, aprovechando esa separación para esquivarla rápidamente con el fin de colocarse frente a mí.
Oh, oh. Eso no le iba a gustar nada a Nessie. Y, efectivamente, mi chica corrió como un bólido para interponerse antes de que a mí me diese tiempo a abrir la bocaza.
―No te atrevas a tocarle ―masculló, apretando los dientes con ira contenida.
―Para quitárselo, tengo que tocarle ―contestó la Pitufina, entrecerrando esos ojos rojos de rata.
Las muelas de Nessie no se resquebrajaron de milagro, pero sus manos ya empezaron a ser presas de ese conocido temblequeo.
Esto no me gustaba ni un pelo. Esta arpía podía hacerle mucho daño si se cabreaba, y, encima, yo no me podía transformar para protegerla. No hasta que no me deshiciese de este incómodo cordón. Lo mejor era dejar que me quitase todo esto, cuanto antes lo hiciera, antes se piraría de aquí. Eso evitaría un más que posible enfrentamiento.
―Está bien ―accedí yo, rabiado. Agarré a Nessie por los brazos con delicadeza y le di la vuelta para que me mirase. Así lo hizo. Clavé mis ojos en los suyos, que correspondieron del mismo modo―. Escucha, cielo, no va a pasar nada, ¿vale? ―le calmé, hablándole entre murmullos―. Me quitará esto y se largará de una vez.
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JACOB Y NESSIE NUEVA ERA II (Comienzo 1° parte)
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