Capítulo 13: Enemigos en la oscuridad

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Terminaron de ver la serie, y fueron a salir al exterior para despedirse. Jon estaba satisfecho, dado que se lo había pasado muy bien en casa de su amiga.

—Adiós, Paloma. Ya nos veremos. —Dijo Jon.

Pero Jon notaba una sensación extraña, como si algo estuviera pisándole los talones. Entonces, alguien le golpeó en la cabeza por detrás, dejándolo inconsciente.

Jon abrió los ojos luego de unas horas. Lo que encontró le resultó extraño. Se encontraba en una nave comercial, en la que vio el símbolo de las Sombras del Odio. Se despertó con la cara ensangrentada y llena de golpes y arañazos. Le habían dado una paliza de muerte.

—Hola, chico. Sabes dónde estás, ¿no? —Dijo un hombre trajeado.

—Que te den por culo, puto cabrón. —Le respondió Jon.

El hombre le dio un fuerte manotazo en la cara a Jon.

—Estás en una de las muchas bases operativas de las Sombras del Odio. Aquí es donde planeamos nuestras estrategias. Tú, chico, te has metido en asuntos privados. No debes saber quién abrió el Sótano de los Horrores. —Dijo el hombre.

—Me gustaría saber qué coño creéis que vais a sacar de mí. Vosotros, asquerosos mercenarios satánicos, que seguro que en realidad os cagáis encima todavía. A mí no me va a matar un séquito de putas guarras con trajes de tercera mano y que rezan a un puto dios del mal ante un altar. Así que si queréis pajearos delante de mi cadáver, primero tendréis que matarme, y no es fácil, y más siendo una nenaza con traje como tú, pedazo de hijo de puta. —Espetó Jon.

Entonces, Jon empezó a desatarse.

—¿Qué coño? Detened a este imbécil. —Dijo el hombre.

Otros cuatro hombres armados con Desert Eagle Mark XIX aparecieron de repente. Alzaron sus pistolas, apuntando a Jon.

—Vuelve a la puta silla o te dispararemos hasta que no quede nada de ti. —Dijo el hombre que dirigía a los otros.

—Intentadlo. —Dijo Jon.

Entonces, Jon sacó una pistola Glock 19 de un bolsillo que no sabían que tenía, y disparó en la cabeza a uno de los hombres trajeados. La sangre salpicó brevemente, y el hombre cayó al suelo, formando un charco de sangre a su alrededor.

El resto de hombres empezaron a disparar, tratando de acertar a Jon, pero ninguno logró darle antes de que Jon los matara a todos. El cabecilla fue el último que quedaba.

—Bueno, veo que me quieres poner las cosas difíciles. Eres o muy valiente o muy estúpido. —Dijo el hombre.

—Un poco de ambas. —Dijo Jon, antes de dispararle en la cabeza.

El hombre cayó muerto al suelo, y Jon intentó con todas sus fuerzas escapar de allí. Logró moverse y salir al exterior a pesar de estar herido por la paliza que había sufrido.

Comprobó que estaba en mitad de la nada, y que había una carretera estrecha que discurría en dirección a unas montañas. Jon supuso que serían las que había al lado del instituto, las del Puerto de la Cadena. El Sol lucía radiante sobre el suelo, y lo calentaba. No había una sola nube en el cielo.

Jon andó por la carretera, a paso algo lento, e iba descalzo, lo que hacía que de vez en cuando se le clavase una piedra en el pie, provocándole un dolor insoportable.

Pero la suerte le sonrió cuando un coche pasó por aquella carretera. Jon reconoció enseguida a quienes iban en él. Eran Paloma, su hermana Marta, y Mario, quien iba detrás.

Bajaron rápidamente del vehículo en cuanto lo vieron, y fueron hacia él.

—¿Qué ha pasado, mano? ¿Te han dado de hostias? —Dijo Mario.

—Así es. —Dijo Jon—. Pero peor han acabado ellos.

—Subidlo al coche, deprisa. —Dijo Paloma.

Entonces, entre los tres, lograron subir a Jon al coche. Cuando subieron en el coche, Paloma giró la cabeza hacia Jon para preguntarle qué había pasado.

—¿Qué ha pasado, Jon? —Inquirió Paloma.

—Alguien me noqueó por detrás. Me dieron un golpe en la cabeza cuando salíamos de tu casa. —Dijo Jon.

—Ahora me acuerdo. Me despedí de ti y cuando giré de nuevo la cabeza ya no estabas. Era muy raro porque no había pasado suficiente tiempo como para que te hubieras alejado mucho. —Dijo Paloma.

—Tranquila. Estoy bien. Peor han acabado mis captores. —Dijo Jon.

—¿Los has matado? —Inquirió Paloma.

—Me apuntaban con pistolas, y yo tenía guardada una. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que fuese tiroteado por esos cabrones? —Dijo Jon.

—Las Sombras del Odio querían algo de ti. —Dijo Paloma.

—Exacto. El manuscrito que encontraste y que nos enseñaste. Puede ocultar la forma de matar a la criatura. No abrimos todo el rollo. Ahora que lo pienso en frío, habría sido más práctico. —Dijo Jon.

—Lo importante es que ya estás bien, mano. —Dijo Mario.

—Nos has demostrado que cuidas muy bien de ti mismo. —Dijo Paloma.

—Muchas gracias, chicos. —Dijo Jon.

Entonces, llegaron a Sangonera, exactamente al instituto, donde se encontraba el resto del equipo.

—Marta nos espera desde un terminal. —Dijo Paloma.

El coche se dirigía hacia el instituto, aguardando las buenas noticias, y las malas también...


Sombras de Odio II: El Sótano de los HorroresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora