32. Inminente peligro

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Caminaba zigzagueando por los pasillos de la mansión. No tenía dirección determinada, sólo avanzaba por inercia. Y es que el dolor que sentía en el pecho era tan insoportable, que sólo se podía asimilar a que le hubieran sacado el corazón a sangre fría, y luego lo patearan en el piso sin compasión. Quizás era peor que eso. No lo tenía tan claro a decir verdad.

Pansy Parkinson, usualmente fría, sorprendió a todos sus compañeros mortífagos que la vieron volver al cuartel, ya que por primera vez, la pillaron con los ojos enrojecidos producto de las lágrimas que antes había derramado, tan pálida como el marfil. Sin embargo, ella hizo caso omiso a las miradas interrogantes y comenzó a caminar sin destino, vagando por toda la mansión como un alma en pena. No quería detenerse, pues si lo hacía, rompería a llorar otra vez como una niña.

Pero tampoco quería estar sola, la soledad la estaba hundiendo aún más.

Avanzó hasta la habitación de Draco, mas ésta se encontraba vacía para su mala fortuna. Se dio varias vueltas adentro, como un león enjaulado, y luego se retiró de ahí para volver a vagar por los pasillos, tratando de ordenar su cabeza, pero por sobretodo, sus sentimientos.

No tenía duda alguna. Amaba a Alexander más que a su propia vida. Era su hombre y por quien lo dejaría todo. Sin embargo... sin embargo ahora no se sentía capaz de mirarlo sin imaginárselo con Susan, compartiendo quizás cuantas noches de intimidad, cuantas caricias, besos y momentos que solo le pertenecían a ella, pero que la zorra pelirroja se había robado para sí.

Maldita perra.

Él no tenía la culpa. Lo sabía. Había sido envenenado con una poción tan poderosa que su utilización estaba penada con cárcel. Pero aún así, algo dentro de ella, un mounstruo, una bestia, rugía de sufrimiento en su interior. No podía aceptarlo, No quería aceptarlo.

¿Esto que experimentaba era la sensación de sentirse traicionada? Para Pansy, por mucho tiempo, la palabra "traición" era una que utilizaba a menudo, pero a su favor. Los sentimientos del resto no le importaban en lo más mínimo, y no conocía lo que era la lealtad o la fidelidad. Su filosofía de vida constaba en buscar el beneficio o placer propio. El único por el cual daría la vida era Draco. Nadie más tenía ese honor.

Hasta ahora.

Ahora, al abrir por primera vez su corazón, enamorándose de alguien, había quedado completamente indefensa, quedando expuesta a ser herida de una forma que jamás imaginó. Ahora recordaba porqué se había acorazado tanto de generar algún sentimiento por otro ser humano. Porqué se negaba a sí misma amar o encariñarse.

Suspiró.

Siempre había temido ser herida. Por eso no generaba lazos con nadie. Desde que su padre murió, su corazón se había congelado, más aún al ver a su madre completamente destrozada por su pérdida. Después, al ser reclutada por el Señor Tenebroso, se auto-convenció de que los mortífagos debían erradicar cualquier sentimiento de sus cuerpos, y ella creía que lo había hecho.

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Hasta que lo conoció a él. Hasta que él sobrevivió a su ataque. Hasta que él poco a poco fue descongelando las arterias de ese órgano en desuso.

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Al principio fue feliz. Cuando sintió nuevamente en su pecho algo palpitar, se sintió en la gloria. Más viva que nunca. Pero en esos instantes de dolor, pudo recordar su peor temor... un temor que se había hecho realidad de la forma más descarnada.

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Estaba herida. Rota.

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Y lo peor de todo, era que no podía culparlo. No podía odiarlo. Ella misma lo había dejado entrar a su vida. Le había abierto las puertas de par en par. Él sólo aceptó la invitación.

Tu VerdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora