40. No moriré en otras manos, solo las tuyas.

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El viejo de mierda ya no respondía a sus llamados, ni se molestaba en enviar una explicación frente a su ausencia, por lo que ya había desistido de intentar contactarlo. El muy cobarde no asomaba una cana y dudaba que mostrara su putrefacto cuerpo otra vez, ya que todo era un maldito desastre por su culpa.

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Lo odiaba.

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Lo odiaba por llevarlo a crear un arma que ahora se estaba volviendo en su contra, amenazando su victoria más que el maldito Harry Potter. ¿Qué había hecho mal? Creía haber acabado con todo rastro de humanidad, creía haberlo convertido en un soldado fiel, el perro con más colmillos. Pero ahora, esos afilados dientes estaban amenazándolo, dejándolo en ridículo, quitándole los mejores súbditos para convertirlos en sus aliados, y eliminando a aquellos que osaban colocarse en su camino sin que le temblara la varita, como el buen discípulo que era. Además, por algún extraño motivo, no podía torturar a ningún desertor a través de la marca tenebrosa, y eso realmente le cabreaba, pues se suponía que ella era de por vida, grabada a fuego por su propia mano.

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Lo mataría. Mataría a ese mocoso insolente.

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Según la poca información que había logrado recuperar en las escasas horas que pasaron luego de los dos ataques, donde el hijo de puta eliminó a una importante cantidad de sus seguidores en dos frentes distintos declarándole la guerra abiertamente, el bastardo ahora era un mago extremadamente poderoso y peligroso, por lo que no le quedaba más opción que planear el contra ataque sin piedad, comenzar a reclutar -aunque fuera a la fuerza- más iniciados, además de formular un plan B, de manera de asegurar su regreso en caso de que todo lo demás fallara.

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Debía plantearse la posibilidad de que eso ocurriera, aunque la idea le repugnara.

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Salió hecho un basilisco de la sala y le subió el rango a un par de entusiastas que hacía años trataban de llamar su atención. No serían tan letales como Malfoy, ni astutos como Parkinson, pero al menos eran verdaderos lamebotas, no como la cucaracha de Zabini, que tan pronto pudo ganar un poco de protagonismo, lo abandonó.

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Gruñó iracundo al recordar al último del cuarteto.

El desertor y luego traidor Theodore Nott.

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Desde aquel ataque hace un poco más de dos semanas, donde el retorno de Gellert Grindelwald se había gritado a los mil vientos, usando como vehículo a uno de sus Mortífagos mejor entrenados, que no habían logrado dar con su paradero, ni siquiera habían podido verle otra vez, como si se lo hubiera tragado la tierra.

Fue casualidad enterarse de aquella reunión de Zabini con sus potenciales seguidores, pero enviar un escuadrón para aniquilarlos terminó en una la tremenda ironía, en una masacre de los propios, un verdadero baño de sangre y muerte, a manos del que se suponía era su mano derecha.

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No podía creerlo. Era insólito.

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Ahora no solo debía eliminar a Harry Potter y a Grindelwald, sino también a ese muchacho que había entrenado con el rigor del sufrimiento. Aunque ahora que lo pensaba más en frío, ni con todo el entrenamiento del mundo Draco Malfoy podría llegar a ser tan poderoso como para causar ese nivel de destrucción. Algo no tenía sentido.

Tu VerdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora