33. Su promesa

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El mortifago esbozó una extraña sonrisa y comenzó a caminar en su dirección. No supo porqué, pero Hermione sintió como los vellos de su cuerpo se erizaban, como los de un gato al percibir el peligro.

–Nunca esperé encontrarme con una linda señorita –continuó él, ignorando su pregunta–. Eso sí que es una grata coincidencia.

Se detuvo a un par de metros de ella, jugando con su varita despreocupadamente, sin dejar de taladrarla con la mirada. Hermione retrocedió por instinto, apretando la suya entre los dedos. Si bien, aquel hombre tenía la apariencia de Theodore Nott, sus rasgos faciales, su cabello, su estatura, algo en sus ojos era distinto, pues a pesar de que tenían el mismo color, el brillo que ellos expedían era escalofriante.

Verdaderamente escalofriante.

No.

Algo no andaba bien con él. De hecho, ni siquiera estaba segura que fuera él. Esa sonrisa cínica, esa mirada soberbia y a la vez burlona, no se condecía con la apacible personalidad de Nott, aquel mortífago que prácticamente le había rogado que ayudara a Luna cuando estaba en pleno trabajo de parto, y que había sido capaz de traicionar al bastardo de Zabini, enviándolo quizás dónde sin pasaje de retorno.

–¿Quién eres? –inquirió la aurora, elevando su varita para apuntarlo con decisión–. Responde.

El hombre soltó una risotada y se pasó la mano izquierda por sus cabellos, desordenándolos. Avanzó otro paso hasta ella y otro más, sin importarle en lo más mínimo que a medida que avanzaba, se iba enterrando la varita de la aurora en el pecho.

–No solo linda, sino además inteligente –contestó, tomando el trozo de madera entre los dedos–. Me agradas.

Hermione quiso enviarle una maldición, pero sus manos no respondieron para hacer el movimiento de muñeca adecuado. Era como si la hubieran petrificado. Ahí estaba. Apuntando a un desconocido con la apariencia de Nott que tenía su varita atrapada con los dedos, sin demostrar el más mínimo temor ante un eventual ataque de su parte. Como si supiera que ello no ocurriría. Como si supiera que Hermione, por muy buena bruja que pudiera llegar a ser, jamás sería lo suficientemente poderosa como para evitar lo que sea que el sujeto pretendiese hacer.

–Pero te ves más bonita en silencio –agregó.

Un "crack".

Una exclamación.

Un movimiento.

El hombre había roto su única defensa con los dedos, partiendo su varita en dos, a la vez que con la mano que tenía libre, hacía una señal, indicando que se callara. Hermione alcanzó a exclamar de la sorpresa, mas ninguna otra cosa emergió de sus labios. Trató de hablar, pero no había caso, sus cuerdas vocales estaban congeladas. No funcionaban, por más que tratara de forzarlas.

Abrió los ojos aterrorizada.

Estaba muda.

El mortifago que tenía la apariencia de Theodore Nott le guiñó el ojo divertido, y luego, extrajo la varita que reposaba en su oreja derecha.

Sin decir nada, la movió en un semicírculo y la aurora sintió de inmediato como sus extremidades eran atadas con pequeños hilos invisibles, arrebatándole su voluntad de golpe. Era como si de un momento a otro, se hubiera convertido en una marioneta viviente, y ese sujeto desconocido tenía en su poder los hilos para controlarla.

–Acuéstate.

La orden llegó a sus oídos con firmeza, y aunque quisiese resistirse, aunque trató de hacerlo con toda su alma, no hubo caso. Su cuerpo ya no reaccionaba. Ya no era suyo. Solo obedecía al titiritero.

Tu VerdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora