31. Consecuencias esperadas

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Había requerido fuerza de voluntad, mucha fuerza de voluntad para poder soportarlo, para poder mantenerse en su decisión, para seguir ignorando sus pensamientos, sus sentimientos, y sus impulsos primarios.

Cuando tomó la resolución de alejarse de él, jamás se imaginó que podría resultar tan desesperante pasar ocho semanas sin su presencia. Sin sus comentarios lascivos, sin su mirada penetrante y sin su voz grave que le susurraba al oído, de una manera tan sensual e hipnotizante, su apellido. Y es que tal como había concluido en ese entonces, Draco Malfoy no sólo había pasado a ser importante para ella, sino que también, había generado una especie de dependencia enfermiza hacia él. Había sucumbido ante sus oscuros encantos, como una verdadera masoquista, y ahora lo necesitaba más que nunca.

¿Cuántas veces estuvo a punto de mandar a la mierda su intención de alejarse, de evitarlo? millones, no, trillones de veces. Caminaba por su habitación en círculos como un león enjaulado, respirando agitadamente, jalándose los cabellos como una esquizofrénica. Se restregaba la cara tratando de convencerse que su decisión era lo único racional que había hecho en meses, y a penas dormía por las noches moviéndose de un lado a otro en la cama, sin poder encontrar una posición adecuada, sin poder sentirse cómoda, sin poder cerrar los ojos sin acordarse de él. Las veinticuatro horas del día tenía intensas ganas de gritar, de golpear, de chillar y no podía concentrarse absolutamente en nada.

Nada de nada.

Cero.

Su frustración emocional subió a niveles insospechados, y más de una vez tuvo fuertes intenciones de agarrarse a cabezazos contra la pared. Recurría a menudo a duchas frías para poder salir de ese "abismo" en la que estaba sumergida, y repetía como mantra día y noche, "él no es importante, es el enemigo", oración que no le sirvió de mucho para auto-convencerse, porque en el fondo, ella tenía consciencia de que su decisión había tenido un sólo e inesperado motor: evitar que Draco Malfoy, por protegerla, terminara muerto bajo la varita del Señor Oscuro.

¿Por qué debía importarle eso? no lo sabía, no existía explicación lógica. Porque lo de las almas gemelas, entre ellos, no calificaba como tal.

¿Por qué después de ocho semanas seguía con esa actitud tan esquizofrénica? no lo sabía, no existía explicación lógica. Hace rato debería haberlo superado.

¿Por qué no dejaba de pensar en él? ¿Por qué no podía dormir y a penas comer? tampoco lo sabía, pues tampoco existía explicación lógica. Algo sencillamente no iba bien en su cabeza.

Lógica, raciocinio, juicio, sentido común. Cualidades que había perdido hace mucho y que parecía que no iban a regresar, por más que se esforzara en encontrarlas. Por recuperarlas. Pero lo peor no era sólo eso, ¡claro que no!. Lo peor no era torturarse con esas mil y un preguntas, ni la angustia que le generaba toda la situación y su debilidad mental.

No.

Lo peor era sentirlo, percibirlo a través del lazo. Tan cerca y tan lejos a la vez.

Podía sentir como él la llamaba casi con desesperación, y ella realizaba un gran esfuerzo, un gran ejercicio de voluntad para no acudir corriendo hasta donde estaba, para reprimir sus sentimientos, para que él no notara que ella se encontraba en las mismas condiciones. O quizás peor. No quería que el lazo la delatara.

A medida que pasaban los días, sus llamados eran más y más demandantes, y al ver que no resultaban, Draco Malfoy optó por otra solución. A sus oídos llegaron horribles rumores de crímenes cometidos por el mortífago, ejecutados con especial crueldad y malicia. La estaba desafiando, lo sabía, la estaba extorsionando por medio de sangre, pero ella no declinaría, no se dejaría, se mantendría oculta de él, a pesar de que sus acciones le dolían, le punzaban y le molestaban. Porque a pesar de todo, a pesar de ser un asesino, no podía odiarlo. Al menos, no de verdad, no de corazón.

Tu VerdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora