36. Regresa a mí

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Despertó de un sobresalto gracias a las fuertes arcadas que atacaron su garganta, dejando escapar un rastro de sangre por las comisuras de su boca. Gruesas gotas de sudor adornaban su frente al tratar de incorporarse, pues sentía cada músculo de su cuerpo entumecido. Exhausto, logró sentarse y colocó una mano sobre su cara para acariciar sus sienes, tratando de acallar el sonido agudo que le taladraba el cerebro como un pito infernal.

–Demoraste menos de lo que esperaba –escuchó una voz familiar comentar.

Theodore Nott elevó su atención hasta la figura del que tenía a unos metros de él. Draco Malfoy se encontraba parado al lado de una chimenea, sirviéndose abundante whiskey en un vaso, con expresión indiferente. No obstante ello, algo en el aura de ese sujeto era terriblemente oscuro y emanaba un poder evidente, anunciándole la verdad, comprendiendo la situación. Aquél que tenía al frente no era precisamente el rubio que había sido su compañero en slytherin. Claro que no lo era. Su cuerpo había sido liberado del peso de llevar a Gellert Grindelwald solo porque había encontrado otro continente en el cual posarse, y ese continente era Draco Malfoy.

La mano que tenía en la cabeza se la llevó al pecho, a la altura del corazón. Una puntada lo estaba atacando. Una puntada de asco al recordar todas las cosas que había hecho ese ser despreciable bajo su apariencia. Cosas indecibles. Cosas que le remorderían la consciencia hasta el final de sus días. Quería vomitar. No merecía vivir.

–No pongas esa cara de dramatismo, muchacho –continuó el mago oscuro bajo el rostro de su compañero–. Deberías estar orgulloso, e incluso mosqueado, de que no sigas a mi servicio. Sobretodo ahora que mi victoria está a la vuelta de la esquina.

Theodore fijó su mirada en él, cargada de odio.

–Si vas a matarme, adelante. Pero no me tortures escuchando tus delirios de grandeza, maniático de mierda.

El mago ladeó la cabeza, aparentemente divertido, y bebió un largo sorbo antes de responder.

–Me encantaría cumplir tus fantasías suicidas, pero me abstendré. ¿Quieres saber por qué?

¿Quería saberlo? Theodore no lo tenía claro. Algo le decía en el centro de su ser que ya lo sabía, y no quería reconocerlo en voz alta porque eso haría sus temores reales.

–Porque siempre estarás unido a mí, pequeña cucaracha –continuó, destilando desprecio ante su silencio–. Al ocupar cuerpos inevitablemente dejo una porción de mi alma en ellos. Es pequeña, insignificante, pero es y se confunde con tu código genético, convirtiéndola en propia. Pase lo que pase, incluso si retrocedes en esta línea temporal, no importa, no podrás erradicarla. Por eso no voy a matarte, porque sería atacarme a mí mismo. ¿Comprendes? Esa porción de maldad estará dentro de ti. Para siempre. Pero tú ya lo sabias, ¿no? Solo eras demasiado cobarde para reconocerlo.

Theodore crispó los puños de impotencia, experimentando cómo el mundo se le venía encima. Se sentía ultrajado e impotente, ya que no importaba cuánto lo intentara, siempre estaría corrompido. Si antes su brazo izquierdo era muestra de un periodo oscuro en su vida, no podría erradicar de su ser a Grindelwald tal como había arrancado su piel la primera vez que desertó del ejército oscuro.

–Ah, y ni pienses en atentar contra tu vida para debilitarme. Primero, porque el sacrificio no sería proporcional a su efecto, y segundo, porque si lo haces decapitaré a tu noviecita y al bastardo que engendraste con ella... ¿Pensaste que no lo sabría? –soltó al ver su expresión asombrada–. Sé todo de ti, Theodore Nott, te conozco mejor de lo que te conoces. Sé tu pasado, tus secretos, todo. Sé que siempre has luchado contra tu naturaleza y me sorprende que hasta el momento previo a usurpar tu cuerpo, lo habías logrado tan bien. De verdad, un milagro conociendo a tu padre y cómo fue tu niñez.

Tu VerdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora