¿Fue un error?

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Hacía todo lo posible para que los palillos que sostenía no siguieran a sus temblorosas manos, la cena esta exquisita, pero no podía darse el lujo de disfrutarla con su presencia, podía sentir como su penetrante mirada se clavaba en ella, quería llorar de la vergüenza e impotencia, hizo una completa estupidez, solo podía mostrarle su cuerpo a su marido y hace unos momentos estaba semidesnuda gimiendo en sus brazos. Se bofeteó en su interior, ahora ¿Qué pensara el de ella? Lo más probable es que piense que es una ofrecida o una cualquiera.

¿Fue un error?

El tenía una gran excusa: el alcohol.

Mientras que ella, estaba consciente en sus cinco sentidos y no lo detuvo, lo siguió y ese fue su error, y ¿si Himawari no hubiese interrumpido? El solo pensarlo...era lo que más le enojaba, el solo imaginar que pudo a ver sido suya le frustraba, porque eso quería. Estaba dispuesta a entregarse a ese hombre, pero como si el destino quisiera jugar con ellos no ocurrió.

Ahora no tenía cara para mirarle, cruzó las piernas con fuerza, el solo recordar las sensaciones de hace un momento la volvía loca, ¿sentirá lo mismo? Podía escuchar como su calza tocaba cada segundo el suelo, indicando su nerviosismo.

La cena duró alrededor de media hora, pero para ella parecía una eternidad.

— ¿Qué tal la salsa, Sarada? — la voz de su amiga la hizo volver — yo la hice esta vez.

— Estupenda — le sonrió, ya debía dejar de pensar en él, se levantaron de la mesa y ayudó a recoger los platos, en su hogar un sirviente se encargaba de eso, pero aquí la familia se ayudaba mutuamente, tenían dinero, pero Himawari le había explicado que sus padres no solían gastar para tener los mejores lujos, ellos preferían algo más hogareño y valla que lo consiguieron, su casa a pesar de no tener las mejores piezas, lucía siempre limpia y bien ordenada, le encantaba el color naranja pálido en las paredes, acompañado de esas bellas cortinas llamativas.

Los arreglos florales que tenían en las esquinas en donde en su hogar de seguro pondrían alguna escultura de quien sabe que, prefería la calidez de ese hogar, en cambio en su casa, las paredes eran blancas y las cortinas enormes y obscuras, lucía elegante, pero aburrido, era enorme, tenía varias habitaciones, pero seguía siendo aburrido, prefería mil veces la calidez que la frialdad de su hogar.

—Ya debo irme — dijo mirando su reloj en su muñeca.

—¡Vuelve pronto! Igual con Chou — le sonrió

—Claro, dijo que quería venir.

La mujer de ojos grises se acercó — ¿ya te vas? — ella asintió — cuídate, y vuelve cuando gustes.

—Muchas gracias, me despide de su esposo — dijo ya que el adulto se quedó tumbado en el sillón por el cansancio.

—Claro — rió a lo bajo — ¿tienes como irte? — preguntó preocupada, ella estaba por hablar y para su desgracia la interrumpió.

—Yo la llevaré.

Ella se tensó y se digno a mirarlo, lucía serio sin ninguna pisca de duda: hablarían, pensó en negarse, pero no quería hacerlo en frente de Hinata así que asintió y a penas salió se arrepintió, sintió de nuevo los nervios en cada fibra de su cuerpo.

Se maldijo al subir al auto, su plan era cruzar la puerta y huir, pero Himawari salió a despedirla y no le quedó opción. Movió la mano para despedirse y a penas desapareció la casa se tensó. De inmediato miró la puerta dispuesta a abrirla, pero ahogó un gritillo cuando el seguro bajo indicando que estaba activado.

No quería hablarle, se negó rotundamente a mirarlo, pero después de cinco minutos, cuando pasó la esquina en donde se suponía que debía doblar para llegar a su calle, entró en pánico.

Podría morir y esperarte otra vida [3]✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora