El mil amores

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En ese entonces recuerdo que tenía unos 9 o 10 años, con alegría llegaba al rancho de mi padrino Isidro de la Cruz, esa vez fuimos a una fiesta sorpresa que varía gente del pueblo le había hecho a mi padrino celebrando sus años de charro y por la creciente fama de su tequila, cuando llegamos todos empezaron a saludarnos, mi padre es originario de aquí de la Unión de San Antonio, mi papá y mi padrino son amigos desde la infancia pero los caminos lo separaron hasta que se volvieron a encontrar antes de mi nacimiento y desde ese momento jamás perdieron contacto.

— Saluda a tu padrino Teodoro. — Decía mi padre dándome una palmada a mi pequeña espalda para poder acercarme al hombre vestido de charro.

— Hola, haz crecido mucho Teo... — Sonreían tanto mis padres como mis padrinos. La verdad era que en ese entonces era bastante tímido, no era muy sociable y a veces me costaba trabajo hablar, cosas que me volvieron un niño solitario o eso era antes de las palabras de mi único amigo en ese entonces. — ¡Ya los vi! ¡Saúl, Adrián vengas hijos! — Todos miramos al par de jóvenes que se acercaban, los dos con una sonrisa, uno vestido con un traje de charro completo de color negro y un moño de color rojo que resaltaba, sonriente y su mirada café eran de un joven sincero, ese era Saúl, a su lado se encontraba ese chico vestido solo con el pantalón de charro azul marino y una camisa blanca resaltando el moño del mismo color que el pantalón, su mirada clara y su sonrisa al igual que su hermano reflejaban sinceridad peor a la vez un aire de confianza... Ese es Adrián. — Hijos, miren quien llego.

— Señor Tito, señora Helena. Buenas tardes. — Dijo Saúl, recuerdo que era muy formal a sus 20 años. Muchos tenían los ojos puestos en él como el gran sucesor de Isidro de la Cruz, creo que era un gran peso para un chico. Mis padres contestaron amablemente el saludo, pero yo no dejaba de mirar al otro hijo, no podía aguantar mis ganas de jugar con él...

— ¡Adrián vamos a jugar! — Siempre le decía eso al hijo menor, aquel que hace años me sonrió de manera sincera, que me mostro lo que era un amigo, él fue aquel con quien sentí algo más que un simple afecto...

— Siempre tan energético Teo... — Su sonrisa era algo que me gustaba ver, e incluso me sonrojaba.

— ¿Por qué no le prestas a Teo uno de tus viejos juguetes y después regresas? Yo me hare cargo de todo por acá hermano. — Dijo el otro chico guiñándole el ojo con una sonrisa, tal parecía que Saúl y Adrián se entendía a la perfección.

— Saúl tiene razón hijo, porque no les prestas uno de tus viejos juguetes para que se entretenga y luego vienen, mientras tanto nosotros continuamos saludando a los invitados y mis compadres nos acompañan. — La mamá de Adrián le dio la razón, la mano de Adrián paso por mi cabeza con una risa y diciéndome que lo siguiera a su habitación. Mis padres me dijeron que no fuera una molestia y que luego los veía. Yo solo asentí y fui detrás de Adrián con alegría lo seguí hasta su habitación donde al entrar me sorprendió al ver su cuarto lleno de muchas cosas, posters de carro súper modernos y grupos de rock, lámparas llamativas y carros, motos coleccionables y varios artículos de charrería que tenía. No era de extrañarse teniendo en cuenta que siendo un chico de 17 años tendría gustos diversos.

— Me gusta tu habitación. — Dije mientras me sentaba en la cama.

— No es la gran cosa. Dime ¿Quieres jugar? Tengo el nuevo Game boy advance Sp, puedes jugar Pokemon aquí pero ya no tiene batería, rayos... O también tengo el nuevo Silent Hill para play 2 aunque creo que será mucho para ti, es terrorífico. — Adrián revisaba sus cosas y esa vez no acepte lo que me ofrecía me volví fanático de los video juegos hasta tiempo después. — Entonces... Diablos no encuentro nada, ya no tengo casi juguetes solo unas cosas viejas y los caballos de juguete que me regalo mi padre.

El Charro (Historia LGBTI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora