CAPÍTULO 14

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Me apoyé en un gran árbol y me deslicé hasta el suelo para comenzar a llorar con más fuerza.

“¿Por qué?”, me gritaba una y otra vez. “¿Por qué me quieres dañar, Edward?”.

Tapé mi rostro con mis manos, mis codos apoyados en mis rodillas. No quería que esto fuera verdad, sólo quería que fuera un sueño del cual al despertar, Edward nunca existiera.

Sentí como mi respiración se estaba cortando. “Asma”, pensé. “Tienes que tranquilizarte”. Inhale y exhale aire hasta que sentí que mi respiración se había controlado.

Alguien tocó mi hombro, levanté la vista y ahí estaba él, regalándome una pequeña sonrisa.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, secando mis ojos.

—Vine a buscarte —se sentó a mi lado.

—¿Para qué? —miré hacia la nada. Mi voz era seria—. No me digas, mi madre te dijo que me vinieras a buscar y que me llevaras a tu casa, ¿verdad?

—No exactamente. Dijo que te buscara y hablara contigo para que te calmaras.

—Créeme que no estoy de humor para hablar. Así que ve a tu casa y dile a mi madre que le deseo un muy buen viaje.

—No soy el mensajero de nadie —se encogió de hombros—. ¿Por qué no puedes comprender que lo que tu mamá hace es por tu bien?

—Dejarme en casa de extraños no es por mí bien —bufé—. Ella cree que hace lo correcto pero no es así.

—¿Casa de extraños? —Josh preguntó con incredulidad—. Soy tu novio, eso no me hace ser un extraño.

—Josh... —lo miré a los ojos—, no digo que tú o tu familia sean extraños. Para mí una casa que no es mía o no es mi familia; son extraños.

—Ah —miró hacia enfrente.

—Josh... Perdón, no quise decir eso.

—No te preocupes —sonrió y me abrazó.

—¿Cómo me encontraste?

—Tu mamá me dijo que cuando te estresas o te enojas, sales a caminar a lugares que te den paz. En ese momento pensé en el parque y te encontré.

—Gracias por venirme a buscar.

—Soy tu novio, es mi deber —sonrió—. ¿Vamos a casa?

Sólo asentí.

Josh se puso de pie y me tendió la mano; la tomé y caminamos hacia su auto.

En el momento que detuvo el auto frente a su casa, sentí como si me hubieran golpeado en el estomago.

Caminamos a la puerta principal y entramos a la sala. Al verme, mi madre corrió hacia mí, apretándome junto a su pecho. No paraba de llorar al igual yo.

—Mi pequeña... —besó mi frente.

—Perdóname, mamá. No quise gritarte ni mucho menos comportarme así; pero todo esto es difícil.

—Ya mi pequeña, tranquila.

—Mamá, tengo miedo de él. No quiero que se me acerque, pero tampoco quiero que te vayas.

—Es por tu bien —acarició mi mejilla—, lo que haré será por tu bien.

—¿Pero qué harás, mamá?

—No te lo puedo decir. Simplemente te diré que por ti haría todo… todo porque estés bien.

—Pero mamá...

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