De regreso a casa, estacioné mi malibu unas cuadras antes y lloré como nunca lo había hecho.
Sabía que me había equivocado pero no sabía que mi error sería tan grande que me costaría él amor del chico que amo.
Tiré el oso a la basura y la carta la guarde en la guantera para después quemarla;
me prometí a mi mismo nunca volver a demostrarle mi verdadero yo a nadie.
Mi vida volvió a lo que era antes, él chico popular con sus amigos populares y montones de mujeres tras de mí.
No me sentía tan mal después de todo.