Prólogo

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Alissa.

La luz del día iluminaba nuestro rostro. Miro correr a mi hermana de un lado a otro por los campos florales de mi mamá. Si ella se da cuenta en donde estamos de seguro nos va a castigar. No le gusta que estemos en su lugar más sagrado. Sólo nos deja estar en el invernadero, donde colecta todas las hermosas flores del jardín. Todas de diferentes tipos y colores. Las rosas, los tulipanes y los girasoles, son mis flores favoritas. Por su color, por ser un color muy llamativo y alegre.

Estoy sentada en el césped alrededor de unos preciosos rosales de diferentes colores. Corto una delicada rosa blanca, que es la que le daré a mi abuelo cuando vaya a visitarlo al hospital. Observo como Gisele no deja de perseguir a los pájaros de un lado a otro. Al igual que las mariposas que andan revoloteando. Mi hermana se ha vuelto loca. Estar en plena etapa de la pubertad le ha dado cambios de humor muy extraños. Aunque la entiendo, pase por lo mismo hace unos años.

Sólo se escucha la risa de mi hermana, los pájaros cantar. Y a lo lejos se puede escuchar todo el ganado, como; gallinas, gallos, cerdos, caballos y todos los demás animales. Me encanta vivir en el rancho. Un lugar donde me puedo sentar cómodamente a leer un libro con la tranquilidad de que nadie me moleste. Jugar con mi hermana en el campo, que a pesar de las diferencias de edades nos llevamos muy bien.

—Mi niña ¿Qué es lo que hacen aquí? —escucho como me dice mi padre. Levanto la cabeza y lo miro de pie a un lado de mí. Es alto, muy guapo y tiene una sonrisa que tiene el poder de hacerme sonreír de la misma manera. Sus ojos castaños como los míos, brillan con la luz del sol.

—Gisele quería jugar un poco, papá —Mi padre sonríe observando como Gisele no deja de brincar. Se pone de cuclillas, y después, se sienta a mi lado.

—Deberían de ir mejor a otro lugar. Sabes muy bien que, si su madre las encuentra aquí, se meterán en un gran problema.

—Pero como siempre, tu nos podrías salvar, papi —dice Gisele, tomando el mismo asiento al lado de nosotros.

—No siempre estaré aquí para salvarles de todos sus problemas. Deben aprender a enfrentarlos. Pero por el momento, es mejor que nos vayamos de aquí, antes de que aparezca su madre —mi padre se pone de pie.

—¿A dónde iremos? —pregunto.

—Vamos a ir a cabalgar. Gisele tiene que aprender un poco más.

—¡Siii! —responde ella con efusividad. Mi padre nos toma de la mano a Gisele y a mí, para ponernos de pie e ir a las caballerizas.

Mi papá en el transcurso nos iba platicando sobre cómo es que están preparando a tormenta para las siguientes carreras en el hipódromo de Houston. Tormenta es el caballo de mi papá. Lo ha entrenado por años para las carreras y que sea el mejor de todos.

Llegamos a las caballerizas. Se escuchan los caballos relinchar. Mi papá, tomo a su caballo y yo tomo el mío. Mi papá subió a Gisele a su lado, y yo me monte al mío.

Mi caballo es de color negro, un negro brillante y es de raza árabe. Mi abuelo me lo regalo cuando yo tenía 10 años. Dice que lo escogió especialmente, porque le recuerda a mí. Por el carácter y la fuerza que tiene el caballo, y que está seguro que soy la única que puede dominarlo. Y es verdad. Sombra no deja que nadie más lo monte. Sólo yo puedo hacerlo.

Él me propuso varios nombres para llamar a sombra. Eran muchas opciones, como; Rayo, oscuro, relámpago (por ser muy rápido). Pero el que más me gustó fue sombra.

Lo llame así porque, desde que mi abuelo me lo regalo, no me separo de él, siempre ha sido como una sombra para mí. Mi sombra. Además de ser muy rápido, audaz, fuerte, valiente. Y que cuando corre muy rápido solo parece eso. Una sombra.

La Venganza ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora