Capítulo XI: Esquema.

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—Fue tu culpa.

—No, no digas eso, Marinette.

—Tú provocaste que me asesinaran, todo es culpa tuya—dijo sin ningún indicio de remordimiento en sus ojos.

La tomó de las manos, pero esta se las quitó asqueada, la miró con ojos llorosos y el corazón deshecho. De repente del abdomen de la pelinegra, brotó sangre descontroladamente, miró horrorizada lo que sucedía manchando sus manos, cayendo al piso desmayada, sin vida y pálida. Adrien intentó acercarse, pero un campo se interpuso entre los dos.

—¡No!—golpeó el vidrio repetidamente con los puños, viendo como el cuerpo de Marinette se desvanecía—. ¡Maldita sea! ¡No!

Se levantó de golpe, el sudor pegaba sus rubios cabellos a su frente. Sus manos temblorosas volaron a su rostro enrojecido por el susto, la respiración agitada rebotaba en las paredes de la habitación. 

Ya era tiempo, no podría esperar.

Había pasado una semana desde la visita de Alya, le prometió que iría pero no cuándo, de sólo pensar estar en esa casa se le erizaba la piel, una parte de él quería ir y ver el esquema, ahí estaba medianamente seguro, o eso fue lo que le respondió Alya cuando le dijo que iba a llevárselo al salir del hospital. Por otro lado, en un pequeño y oscuro rincón donde escondía sus inseguridades, estaba la voz diciéndole que no era capaz de afrontar la realidad.

Maldijo con un suspiro de por medio, quitó las cobijas que lo arropaban y le dijo a Plagg que lo transformara, buscó sin mucho en la mesa de noche al lado de su cama las llaves que Alya le había dado y las metió en un pequeño bolsillo de su traje. Iba a salir por la misma ventana que Jolie abría para él si deseaba salir, las de su cuarto estaban selladas y no habían podido conseguir abrirlas entre él y Jolie.

De nuevo el hospital estaba en sumido silencio, el olor a cloro y desinfectante inundó sus fosas nasales, cosa a la que le tenía el mismo odio que al hospital, no veía la hora de poder salir de aquí. Fue por las escaleras sin problemas, a las once de la noche la seguridad tenía un breve descanso que le daría el tiempo suficiente para salir, pero tal vez no el necesario para volver a entrar.

Vio las hermosas luces de París relucir, por un instante sintió una bonita sensación de calidez en su pecho, como si algo le dijera que no olvidara la promesa de protegerla. Dio un gran brinco sintiendo de nuevo el aire acariciar ferozmente su rostro sin vergüenza alguna. Corrió ágilmente como gato volviendo sus músculos a trabajar junto con respiración profundas que lo llenaban por dentro de vida, vida que sintió suya unos instantes.

Tocó con sus pies el piso de la terraza donde Marinette hacia sus tareas, lo sabía porque después de su conversación donde se habían consolado, iba unos cuantas noches a la semana dichas por ella, también de vez en cuando sin que se diera cuenta la veía en la silla debajo de las luces concentrada, con el entrecejo ligeramente fruncido y tarareando una canción.

Giró sobre su eje en el lugar, había algo de polvo en el piso y las lucecitas ya no brillaban, se posó en su cabeza la imagen de sus sonrosadas mejillas por el frío, se mordió el labio tratando de remover el dolor creciente en su ser.

Giró la perilla de la pequeña puerta, cerrada. Sacó las llaves y rememoró las palabras de Alya en su cabeza diciéndole que la más pequeña era de la terraza, que era preferible que entrara por ahí. Bajó con ayuda de sus brazos y se dejó caer sobre sus rodillas, la habitación estaba igual de oscura, podía ver en la oscuridad pero deseaba sentirse el dolido Adrien, sonaba enfermizo pero, para él, eso tenía sentido.

Buscó el interruptor y todo se iluminó, vio el rosa de las paredes, su cuarto limpio. Sabía que Marinette podía ser así de organizada. Sonrió a medias, tal vez el último día de su vida antes de ir a la escuela tendió y dobló sus sabanas, quitó la pijama de su delgado cuerpo guardando todo en su lugar sin imaginar que ese día iba a ser el último en que respirara. Volvió el peso en sus hombros y no intentó obviarlo.

Todo lo cubría una ligera capa de polvo, recordándole el olor de la soledad. Se acercó a una pared con fotografías y allí estaba ella sonriéndole con esos ojos azules tan claros que podrían traspasar y ver más allá de tu alma, como lo hacía ella. Siempre sabía qué pasaba en la cabeza de todos.

Tomó con cuidado la fotografía de la pared y sonrió con nostalgia.

—Te extraño... Como no tienes idea—dijo al vacío.

Habían compartido tanto, tantas salidas y charlas, tantas películas. Alya y Nino siempre se ponían de acuerdo para dejarlo solos e internamente, se los agradecía. Marinette era una chica tan interesante en todos los sentidos de la palabra, recordó el rosa de sus labios al hablar sobre lo que le gustaba, el movimiento de sus manos, la expresividad de su rostro. Odiaba que se disculpara por hablar tan rápido a veces, era tan tierno verla hablar y sacar sus ideas de la cabeza. 

Dio un largo suspiro, debía llevarse esta fotografía, le traía tantos recuerdos. Había sido en uno de los viajes escolares, recordó lo impresionada que había quedado Marinette cuando vio el bosque y el río cristalino. Alya se la había tomado mientras ella hablaba con él, el ligero sonrojo de su piel ante los rayos del sol, el hoyuelo en su mejilla derecha.

Que no daría por revivir ese momento.

Guardo la fotografía doblándola con cuidado junto con las llaves, debía seguir con lo que había venido a hacer o enloquecería. Empezó a buscar en la habitación un hilo sobresaliente, como le había dicho Alya que buscara.

No podía estar más cerca de él que cuatro pasos que marcaría el inicio de una búsqueda que posiblemente terminaría en guerra.





Promesas. {MiraculousLadybug}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora