Capítulo XVIII: Bebida

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Dio unos pasos cuidadosos en la dirección de la habitación de su padre, se detuvo en el umbral de puerta viendo la silueta de su padre arrodillado en el suelo. Lo único que entraba de luz era por la enorme ventana igual a la de su habitación. 

Olía a alcohol, lo que más le desagradaba. Arrugó la nariz y se cruzó de brazos, su padre hacía esto cada vez que tenía una crisis de ansiedad y estrés. Cuando murió su madre era muy seguido y normal verlo de esa manera.

—Deberías estar dormido— le dijo su padre con palabras arrastradas.

—No tengo sueño.

 —Es muy tarde como para no tener sueño—intentó levantarse para recomponerse, pero volvió a caer bruscamente en el suelo, salió una risa de su boca.

Adrien suspiro, pero no podía hacer más que ayudarlo, era su padre a pesar de todo, la única familia que tenía. Lo tomó por debajo de los brazos, pesaba unos cuantos kilos más que él, era una ventaja hacer ejercicio. Su hedor era espantoso, entre sudor y mucho alcohol, lo arrastró hasta dejarlo caer en la cama para irse lo más rápido que podía.

—Eres igual que Emilie—una lágrima corrió por la mejilla de Gabriel—. Quizás por eso me alejé tanto de ti, no soporté verte crecer y ser igual que ella.

No sabía si era algo malo o bueno lo que decía.

—Hasta tu forma de hablar, de caminar y... De enfrentarme. Fue un error no haber aceptado eso, si tu madre estuviera aquí estaría muy decepcionada de mi—cada palabra la decía como si un algodón estuviese en su boca—. Muchos estuvieran aquí si no fuese por ti.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir con eso?—caminó haciendo sonar el piso.

—No hablo de ti—respondió entre un suspiro.

—¿Entonces de quién? 

No recibió respuesta, se había quedado dormido. Respiró profundamente, con la ira contenida en su interior rogándole por salir. Vio la botella en el piso, aún tenía líquido en su interior. Salió convertido de Chat Noir con la botella en la mano.

Sobre el tejado más alto que encontró, el alcohol pasó por su garganta, quemándola y ofreciendo calor a su cuerpo, sabía asqueroso. Así que le dio otra probada. Tarareó una canción mientras veía el cielo estrellado, el alcohol estaba haciendo su vista borrosa. Se balanceaba en lo más delgado del techo sin dejar de cantar la canción y poner el pico de la botella en su boca.

—¿Qué haces, chico?—preguntó una pacífica voz.

Era un hombre con un extraño traje que le hacía parecer una tortuga, se imaginó a su padre vestido de tortuga como uno de sus diseños y se rió a ese pensamiento.

—Bailo—movió sus brazos encima de su cabeza, vio que aún tenía la extraña botella en su   mano y la miró con curiosidad, como si olvidara que había provocado su borrachera—. ¿Quiere?

—Gracias, pero sólo bebo sake.

Adrien se encogió de hombros y le dio un ultimó sorbo, tiró la botella y el caballero vestido de tortuga logró alcanzarlo con su bastón.

—Para ser una tortuga, es muy rápido—en su cabeza sonó más gracioso, sin embargo el caballero rió.

—Estás algo ebrio, Adrien.

—No, claro que noooo—su cabeza daba tumbos, no tenía el control absoluto de su cuerpo—. ¿Qué pasaría si me dejo caer? Los gatos siempre, siempre, siempre caen de pie.

—¿Por qué lo dices?

—No es mala idea, ¿quiere intentarlo?

Sus mejillas se elevaron tal cual felino, sonrojado y con ojos hinchados. Quería saber si un gato de verdad caiga de pie, no le pasaría nada, hasta que se lanzó sin más con los brazos abiertos como un ave, el señor hizo la misma maniobra que con la botella alcanzándolo por el cinturón.

Adrien muy convencido que era un gato, refunfuño y se movió dando arañazos al aire hasta golpear su cabeza con un poste de luz cercano y lo último que vio fue al señor con cabeza de tortuga.



El sol invadió su vista, se quejó  a la par que cerraba con fuerza sus ojos. Odiaba despertar temprano, tenía un terrible dolor de cabeza. Entreabrió sus ojos, era una mesa de madera extraña, algunas tazas. Esto no era su casa.

Se sobresaltó, no recordaba nada de los hechos recientes. Era como una laguna en sus pensamientos, miró de un lado a otro y pensó que por lo menos el sitio no parecía ser peligroso. Su padre. Estaba en casa de un extraño, iba a matarlo, a botarlo de casa, tendría que empezar a dormir en cajas de cartón.

—Créeme que tu padre no te botara de casa—la voz provino detrás de su cabeza, un pequeño kwami de color verde, muy parecido a una tortuga.

Tortuga.

—Ay, no—palmeó con fuerza su frente—. ¿Qué fue lo que hice?

—Nada que ninguna persona común haya hecho—entró en la habitación un hombre mayor, no tan mayor para catalogarlo como un completo anciano. Tenía en sus manos una jarra, su olor era como el té de menta, recordó que no había comido nada desde ayer que llegó del hospital, el estómago le gruñó. El caballero rió, parecía ser amable—. Está bien, Adrien. Debes tener hambre, no estabas muy cuerdo anoche.

—¿Anoche? ¿Usted era el señor tortuga?—le dijo con sorpresa, recordaba levemente la silueta camuflada con la noche.

—Sí, ya no son mis mejores días, tengo unos...—contó con sus dedos pensativo, mientras Adrien se acercaba y se sentaba junto a él— No lo sé, perdí la cuenta, ciento ochenta y mucho más.

Abrió los ojos con sorpresa, buscando una explicación lógica a la edad del caballero. Le parecía increíble que su abuelo muriese de noventa y seis años y este hombre tuviera más de ciento ochenta y aparentara de mucho menos.

—¿Cómo es eso posible, señor...?

—Wang Fu—era él. Wang Fu, del esquema de Marinette—. Estuve esperando el momento para encontrarme contigo, Adrien. Hay muchas cosas que debemos hablar y este es el momento perfecto—se llevó con paciencia la taza humeante a los labios—. Han pasado muchas cosas, muchos sacrificios sin duda, Marinette. Nuestra querida Ladybug, falleció.

—No creo que haya falta decírmelo, lo sé. La vi morir—el maestro lo miró con una mirada compasiva, fue muy evidente el tono adolorido que utilizó.  

—Y yo la vi irse—no entendió muy bien a lo que se refería, Fu suspiró con melancolía—. Las cosas deben arreglarse, Adrien. Hay mucho en juego, muchos asuntos alterados.

—No entiendo, sea específico. 

—Tiempo. El tiempo es fácil manipularlo, nada está establecido, sólo se encarga de visualizarlo. Marinette murió establecido por la acción de una persona en un tiempo determinado. ¿Qué crees que cambió?

  —Más inseguridad. Vacío en la vida de sus padres—y en la mía, pensó.

—El tiempo, Adrien—empezó a caminar con sus manos detrás de la espalda. Con un aura de misterio, sus pisadas resonaban en la habitación como las agujas del reloj marcan los minutos con constancia y firmeza—. Es un viejo amigo, sabio y sensato.  Hablando de eso, deberías regresar a tu casa. Antes de que tu padre despierte.

—Quiero respuestas, señor Fu. Estoy cansado de los secretos.

El maestro Fu lo miró compadeciéndolo, se dio cuenta de que si seguía escondiéndole lo inevitable, sería peor. La verdad abre paso al conocimiento, eso se lo había enseñado su maestro y ya era hora de ser uno y para alguien que lo necesitaba.

—Espérame en el tejado de la casa de Marinette a las doce.

—Ahí estaré—respondió tratando de ocultar la emoción que le resultaba obtener lo que buscaba.


Promesas. {MiraculousLadybug}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora