2. Cenas introductorias

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Mimi no participó en la actividad que solía hacer todas las mañanas, que era fijarse en la gente buscando a alguien que le llamara la atención por cualquier razón. En esta ocasión toda su atención estaba puesta en intentar encontrar el mensaje perfecto, en concreto, un primer mensaje.

Era triste que no pudiera pensar en otra cosa, era consciente, pero había una pequeña parte de ella –o no tan pequeña- que estaba emocionada con la opción de que por fin algo que no fuera trabajo ocupara su cabeza.

Cuando llegó a la oficina, que se encontraba entre una floristería y una agencia de viajes, la primera cosa que hizo fue lanzar su bolso encima de la mesa y girar su silla para quedarse cara a cara con Juan Antonio, que la estaba mirando con una sonrisa.

-¿Qué mensaje le envías a una chica a la que nunca le has enviado un mensaje antes y que sabes que tiene novio pero te gustaría que no lo tuviera porque es preciosa y encantadora, pero a la vez no te gustaría que no lo tuviera porque realmente no la conoces pero te va a preparar la cena esta noche y quieres conocerla? –tomó una bocanada de aire al acabar y Juan Antonio enarcó las cejas.

-Creo que nunca te había oído hablar tan rápido –dijo él y Mimi rio un poco.

-Lo digo en serio.

-Yo también. Acabas de multiplicar el número de palabras que puedes decir por minuto, como mínimo.

Juan Antonio movió su silla hasta alcanzar la mesa de Mimi para que no tuvieran que estar alzando la voz. Todavía era pronto, faltaba mucha gente por llegar, pero Mimi se alegraba de que quienes estaban allí no fueran a escuchar esa conversación tan fácilmente.

Por mucho que se llevara genial con todos sus compañeros, la única persona a la que realmente consideraba un amigo era Juan Antonio. El chico se había reído de ella la primera vez que puso su planta sobre la mesa y, por consiguiente, volcó la botella de agua por toda su mesa. Le había dado un paquete de pañuelos y le había dicho que la planta era bonita pero ¿Era una hippy? ¿Una amante de la naturaleza atrapada en el cuerpo de una periodista? Desde ese momento habían sido amigos.

-¿Quién es la chica? –preguntó Juan Antonio con los ojos llenos de curiosidad antes de apoyarse sobre la mesa de la rubia.

-Eh, mi vecina –contestó un poco tímida mientras miraba la libreta que siempre llevaba encima- La he conocido esta mañana. O, anoche, creo. Se llama Ana. Banana.

-Seguro que eso le encanta.

-¿El qué?

El chico sonrió.

-Banana.

Mimi rodó los ojos.

-Eso no me ayuda en nada.

-Pero te va a ayudar. Has dicho que ibais a cenar ¿No? Buenas tardes Banana, que noche tan fantástica para bebernos este vino –dijo Juan Antonio haciendo su mejor imitación de Mimi, con su acento, por supuesto. La chica soltó una carcajada.

-Me ha dado su número y me ha dicho que le envíe un mensaje para que tenga el mío, pero no sé qué escribirle.

Mimi no era la clase de persona que se paraba a pensar que mensaje debía enviar, pero tampoco era el tipo de persona que cantaba duetos a través de su pared y organizaba cenas espontaneas. Hacía mucho tiempo que lo último no había pasado.

Juan Antonio la miró unos segundos.

-¿Qué es la primera cosa que te ha venido a la cabeza cuando has pensado en enviarle un mensaje?

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