16. Confesiones nocturnas

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Lunes por la noche. Era cuando iba a hacerlo. Era el momento en que le iba a enseñar que había estado prestando atención a todo lo que le decía.

Mimi se había ofrecido a hacer la cena mientras Ana acababa de corregir los proyectos que tenía pendientes. Por supuesto había optado por pasta –por más que Ana se metiera con ella no iba a desaprovechar la oportunidad de cocinar lo único que se le daba bien- y esperaba que pudiera disfrutarla. Por suerte, a pesar de que le encantaba bromear al respecto, siempre le decía lo bien que se le daba.

Como esperaba, Ana no tenía muchas ganas de volver a ponerse a corregir al acabar de cenar. Mimi sabía que tenía que decirle que fuera a hacer su trabajo –estaba un poco nerviosa porque pensaba que la morena iba a salir de allí antes de que pudiera llevar a cabo su idea- pero quería que se quedara. Incluso aunque se centrara en todos esos papeles y no le hiciera caso, se sentía mejor si estaba allí presente. Siempre le pasaba.

Excepto ese día porque su estómago se retorcía por los nervios.

-Solo quiero dormir –dijo Ana antes de apoyar la barbilla en sus manos- Solo es lunes y ya quiero que se acabe la semana. ¿Crees que alguien se daría cuenta si me pusiera a hibernar?

-Yo lo haría –sonrió Mimi- Y creo que te aburrirías de pasar tanto tiempo en la cama.

-Siempre que pueda escribir creo que no me aburriría para nada. Igual si me encerrara una temporada podría acabar el libro de una vez.

-Vas a acabar ese libro, cariño.

-No tengo tiempo, no con todo este trabajo más el curso que voy a hacer. Los exámenes ya casi están aquí y eso implica más trabajo y más tutorías y más universitarios histéricos.

-Ve poco a poco, no tengas prisa.

-Preferiría dormir y ya está.

Mimi fue junto a ella y alargó su mano para que la cogiera.

-Hay algo que quiero enseñarte –le dijo. Si no lo hacía en ese momento no lo haría nunca. Y si no era capaz de enseñárselo a ella ¿a quién se lo iba a enseñar?

-¿Es tu cama? –dijo antes de reír un poco- Eso sonaba mejor en mi cabeza.

Mimi rio también y negó con la cabeza.

-Es algo más interesante.

Ana le sonrió mientras la otra la llevaba al sofá y hacía que se sentara.

-¿Ah sí? Pues viniendo de alguien que no puede vivir sin sus siestas me tiene muy intrigada.

-Cierra los ojos –le dijo, aunque la risa de la otra no ayudaba a sus nervios a calmarse.

-¿Qué cierre los ojos? –repitió- ¿Qué vas a enseñarme?

-Ya lo verás.

-No si tengo los ojos cerrados –contestó la otra. Aun así hizo caso y cerró los ojos mientras Mimi iba a su habitación- ¿Es un gato? –preguntó- ¿Has adoptado un gato? ¿Vas a darme un gato? Ya sabes que no me gusta la idea de acabar como una señora mayor rodeada de gatos, pero si lo has hecho no voy a decir que no.

Mimi negó con la cabeza sin dejar de sonreír. Un gato habría sido una opción más segura, lo sabía.

Con todo el cuidado del mundo para no hacer ni un simple ruido –un gran esfuerzo para la persona más escandalosa del mundo, ella misma. Bueno, quizá Ricky iba por delante- se agachó y sacó lo que tenía debajo de la cama. No era el sitio donde pretendía que estuviera guardado, pero después de ese día ya lo iba a cambiar de lugar, así que no importaba.

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