4. Las teorías funcionan

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Cinco cenas en dos semanas le habían enseñado tres cosas a Mimi:

1. No era tan buena cocinera como pensaba.

2. Era tan interesante como la planta que tenía en la mesa de su oficina.

3. Estaba jodida.

El concierto al que había ido el sábado después de la noche en el italiano había estado bastante bien, lo que era un alivio ya que al que había ido el miércoles resultó ser una enorme mierda. Mimi había conseguido una entrevista con la primera banda al acabar y los días siguientes se había dedicado a escribir el artículo correctamente. Normalmente era una mujer muy organizada con todo, aunque su atención había empezado a ir en direcciones diferentes. Era más fácil centrarse en su trabajo cuando apagaba el móvil y lo guardaba en su bolso.

Debido a sus respectivas agendas, Mimi había pasado cinco de trece noches con Ana y le había enviado mensajes todos los días. Siempre iba a su casa, jugaba con su gato, comía algo ridículamente delicioso y no podía parar de sonreír mientras hablaba con la canaria. Todo parecía tan natural con ella, era una amistad inmediata que, sin quererlo, significaba mucho para Mimi. Ana era la primera persona en Madrid con la que no trabajaba que de verdad le prestaba atención –eso era algo que para ella tenía mucha importancia.

Ese día era el último viernes del mes –que era el día de la entrega. El nivel de estrés en la oficina siempre se elevaba durante la última semana. La gente que se había relajado entraba en pánico de la misma manera que lo hacían los estudiantes que dejaban sus trabajos para última hora. Los editores se tiraban de los pelos al revisar los borradores que después tendrían que volver a revisar y los diseñadores lloraban por tener que intentar cuadrar todas las secciones y que quedara todo atractivo. Era la única semana en la que de verdad se podía enfadar a la normalmente relajada Noemí.

Hasta ese momento, Mimi había conseguido estar en la lista buena y, aunque su sección era la que estaba en pleno drama en ese momento, ella no era la que estaba en problemas.

-¡¿Qué cojones significa que no las tienes?! –Manu le estaba gritando a Capdevila, quien estaba quieto detrás de él mirando la pizarra gigante que tenían en la pared.

Siempre la colocaban ahí para ir colgando los borradores y tener una idea de cómo iba a ser el número.

-Te juro que...

-Justo aquí. –Manu colocó su dedo en una de las páginas, casi haciendo un agujero en la hoja- Justo aquí debería haber dos imágenes y, allí –señaló hacia el ordenador que él mismo había estado usando hacía un momento- hay un espacio en blanco. Un puto espacio en blanco, Capde. ¿Qué coño ha pasado?

El hombre se movió incómodo de un pie a otro. Quedaban cinco horas para que enviaran todo y empezaran a producir la revista y, con un paquete de fotos desaparecido, todo el estrés acumulado y que ya le habían gritado tres personas, era sorprendente que Capdevila no hubiera soltado ni una queja.

-Mimi te envió el email a ti, a mí y a Juan Antonio hace dos semanas –siguió gritando Manu, sin importarle poder molestar a quienes estaban acabando su trabajo- ¡¿Cómo es posible que nos queden cinco horas para la entrega y no tengas las fotos?!

-¡Te las envié el lunes! –protestó Capdevila. Era un hombre encantador y a Mimi le encantaba tenerlo cerca en los conciertos porque se notaba que sabía mucho de música. Aunque llevaba sin aparecer desde el lunes porque se había puesto enfermo, de hecho, aún parecía un poco pálido, pero eso podía deberse a todo lo que le habían gritado desde el momento que había aparecido por la puerta esa mañana.

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