Desde mi balcón todo era distinto.
Cada vez que salía a admirar el color del cielo, el mundo me mostraba otra perspectiva, otra realidad.
Allá arriba no tenía miedo de ser yo misma, podía expresarme y jamás sentía las ganas de esconderme, no habían límites y tampoco barreras.
Era un espacio entre el cielo, mis pensamientos y la tierra, los tres se complementaban para darle paso a la felicidad. En ese pequeño pedazo no existía la maldad, el sufrimiento y mucho menos los malos deseos.
Las plantas florecían, el viento agitaba mi cabello y las cuatro estaciones me daban su más preciosa versión.
Si eligiera mi lugar favorito en todo el mundo, sin duda sería mi pequeño balcón.