O quizás ya no porque había alguien que lo haría por mí.
Mientras tomaba apuntes de mi nuevo artículo que debía subir a la página, escuché el sonido de una melodiosa voz femenina con la que estabas desahogánte.
No quise escuchar. Me puse de pie, cerré las puertas del balcón y me hundí entre las sábanas blancas de seda o algo parecido a eso.
Claro, no es que yo fuese esa persona ideal con la cual pudieras confiar tus penas, deseos o sueños. No me conocías, era una simple distracción, seguía siendo una extraña a pesar de que aquel día en medio de tantas preguntas supiste casi mi vida entera.
Era mejor no vivir de mundos imaginarios contigo. De hecho, jamás debí intentar acercarme a ti.
Error.