Mis pequeñas plantas necesitaban un cambio, cada dos meses las transplantaba para que se mantuvieran bonitas y al paso de treinta días, cortaba todo aquello que moría en ellas. Se trataba de una rutina especial, mi favorita.
Mi hermano menor decía que estaba loca por hablarle a las plantas, no me importaba porque consideraba que las palabras llegaban a ellas de alguna manera desconocida, si lo comparaba con los seres humanos, ellas también respiran y se alimentan, así que no había necesidad de tratarlas menos, sino amarlas más.
Tenía preparadas unas nuevas masetas con tierra fresca, mis manos llevaban guantes y a un lado tenía un poco de agua para regalarlas al final.
Comencé el trabajo, todas eran preciosas, tenían retoños y una que otra ya mostraba varias florecitas. Solo que... cometí un pequeño error.
Al momento de querer bajar una que colgaba de la pared, no me di cuenta que acababa de asentar un pequeño bote con tierra en el barandal y en cuanto retrocedí, golpeé con el codo sin querer dejándola caer.
Oh, no, no, no. Grave error.
"Lyssa, ¿estás bien?"
No te importó el hecho de haber ensuaciado tu balcón. Enseguida corriste a la orilla para mirar hacia arriba. Te preocupaste por mí. Creo que yo me hubiese enojado antes de preguntar.
Asentí, te conté lo que estaba haciendo, luego reíste.
"La próxima vez pídeme ayuda. Lo haré sin problema"
Nope.
Atravesaste una barrera invisible, pero no harás lo mismo con mi espacio.Sin embargo, gracias por preocuparte.