Los gritos me despertaron aquella mañana. Oía pasos de un lado a otro, golpes secos, una que otra ventana al cerrarse.
Me puse de pie y dirigí mis pasos hacia el balcón para abrir una de las puertas, no salí, únicamente me detuve en el umbral de la gran ventana para intentar descubrir lo que estaba pasando.
—¡Ni lo sueñes! No voy a regresar a casa, este es un verdadero hogar y no la mierda que tenía en esa ciudad.
—¿Cómo crees que vas a seguir viviendo aquí? Es una cueva, Axel.
Me estremecí. Aquella voz desconocida era masculina, sonaba como un adulto.
—¿Y? Tengo trabajo, pronto volveré a la universidad a estudiar lo que yo quiera.
—Tienes la empresa para ti, serás el dueño de todo.
—¡¿Para qué?! ¿Únicamente para complacer tus deseos? ¿Qué hay de mi felicidad? ¿Tú que sabes de ello si apenas le prestas atención a mamá? ¡Largo de aquí!
—Perderás todos los privilegios por esto, Axel.
—Mírame ser feliz. Llevo casi diez días fuera de casa y es lo mejor que me ha pasado. Tus privilegios nunca me harán falta. ¡Vete!
Me sentí mal por ti, nunca debí escuchar esa conversación. Lo lamento mucho, Axel. Lamento todo lo que estás pasando.
Por supuesto, desde ese día dejé de detestarte. No importaba mi balcón, no importaba mi espacio, tú eras lo que deseaba arreglar en ese preciso momento.