Nada, nadie, sola, sin nada y sin nadie. Así me sentí cuando la pelea con Abaddon finalizó. El muy bastardo era digno de ser uno de los grandes señores del mal pues ganarle, derrotarle, había sido una tarea ardua, pero todo salió bien salvo que no fue lo que esperaba. Todo el dolor que mi pobre cuerpo podía aguantar y soportar no se desvaneció, siguió ahí, en su sitio como si fuera un buen niño. Ahí me di cuenta de algo. Todas las muertes o todo el sufrimiento que pudiera causarle a esta familia no borrarían mi pasado. No borrarían nada, la venganza no les daría vida a los muertos.
Las lágrimas picaban en mis ojos, pero las contuve. Me levanté como pude ya que mis huesos, mis pobres huesos, me gritaban porque siguiera sentada. Mi tótem me consumía mucha energía y no aguantaba batallas largas por eso debía acabar con mi oponente con solo unos pocos ataques. Solté un bufido y me sacudí como pude el polvo y la sangre de mis ropajes. El error que cometió Abaddon, el error el cual le costó su pobre derrota fue subestimarme, subestimar que yo poseería un pobre tótem de animal.
-Lo habéis hecho bien.-dije con la voz ronca.
La única luz que entraba era de los agujeros que había hecho a la puerta Asmodeo con su afilada cola pues la luz de las antorchas se había apagado horas antes, así que no podía ver a mis preciados niños. Solo oír sus respiraciones toscas y el aleteo de sus latidos.
-Octavia y Máximo estarían muy orgullosos de vosotros.
Samael soltó un pequeño rugido y mi sonrisa se hizo más amplia.
-Ahora, dormid mis niños. Tengo que volver con los vivos.
Sus emociones eran mis emociones. Mis emociones eran sus emociones. Ellos eran míos y yo era suya. Y antes de irse me envolvieron con sus grandes cuerpos deformes, porque sabían que detrás de la fachada de la afamada Jinete de la Llama, la temida Artemisia Blackwood, había una pequeña rosa blanca que solo quería esconderse en una esquina y taparse los ojos y los oídos. Era fuerte y ellos lo sabían, por eso fui escogida. Inspiré su aroma con fuerza para que se me quedara bien grabado en mi memoria porque para que ellos volvieran a salir, tendría que pasar bastante tiempo.
-Grazie mille.
Suspiré.
Empujé las puertas y cuatro lanzas me apuntaron a la cabeza.
-¡Mi señora Blackwood! ¿Se encuentra bien?
Giré la cabeza, pero ellos ya no estaban.
De nuevo, sola.
-¿Dónde está?
-Mi señora, está sangrando. Deberíamos llevarla a la enfermería.
Los guardias que había dejado en la sala de entrenamientos miraron por encima de mis hombros y ahogaron un grito. Vieron el sanguinolento cuerpo de Abaddon tirado en el suelo, su cuerpo era tan largo o más que el pasillo así que su primera impresión fue bastante dramática.
-¿Dónde está?
-Por favor, mi señora, deje que la ayude.-dijo un guardia con acento francés.
Le cogí de la armadura y le encaré, mostrándole mis colmillos.
-¿¡Dónde está William Cruor!?
Nada, nadie, sola, sin nada y sin nadie. La venganza no me devolvería a mis padres, a mis abuelos, a mis amigos, a mi amado Ezio, pero necesitaba una explicación de aquel acto. Había cumplido con todas sus órdenes, le había seguido a sitios que jamás creí ver y que jamás volvería a ver, le había obedecido siempre incluso cuando pidió actos monstruosos. Había dado todo lo que tenía, todo, entonces ¿por qué había mandado a su tótem? ¿Por qué había mandado a Abaddon? ¿Se había dado cuenta de quién era realmente Jaime? ¿Había descubierto nuestro secreto? ¿Y su juramento? ¿Si lo había descubierto por qué romper el juramento? No, no podía haberle descubierto. Había sido muy discreta, incluido Jaime. ¿Por qué? ¿Por qué?

ESTÁS LEYENDO
Los pecados de nadie
Fantasy¿Quién es el verdadero pecador? ¿La chica? Ella solo quiere justicia por los seres queridos que perdió. ¿El asesino? Él solo quiere vengar al amor de su vida. ¿La madre? Ella solo quiere seguir con las tradiciones de la familia. ¿La bastarda? Ella n...