Morgan odiaba Japón.
Lo aborrecía.
Aquella confesión me la hizo cuando, con diecinueve años, nos volvimos a encontrar y decidimos empezar una relación formal. Aquella confesión me la hizo pocos meses después de que yo le contara sobre mi estancia en Kobe. Sobre Hiromi, sobre la yakuza, sobre Yuusuke. También me confesó algo horroroso.
Cuando alguien, como nosotros, encontraba a su pareja de pecados, aparte de que el color de éstos cambiaba, un extraño zumbido empezaba a sonar dentro de nuestra cabeza. No era algo molesto, pero empezaba a sonar como una campanilla impertinente cuando algo le pasaba a la otra persona. Ya estuviera excitado, enfermo, herido o al borde de la muerte, la campanilla sonaba dentro de la cabeza. Y lo mismo pasaba en el caso contrario. El vínculo que se formaba entre estas dos personas era inquebrantable, era algo puro. Si la persona se unía a ti, iba aceptar todo de ti; a cambio debías saber todo lo que sentía para cuidarlo y protegerlo. De ahí la función del zumbido. Aunque sonaba de manera diferente dependiendo de la situación que estaba viviendo esa persona.
En el primer momento en que me convertí en lo que soy y vi a Morgan, los hilos rojos del destino nos ataron. Desde aquel momento pude saber que le ocurría al neozelandés, igual que él supo qué me pasaba a mí. La primera vez que besé a Yuu, todas las veces que me acosté con él, todas aquellas veces que me herí o que utilizaba mi tótem, él las sintió también y por eso no aguantaba Japón.
En realidad, no es que no le gustara Japón, simplemente estaba celoso de un japonés que ya no estaba en este mundo. Morgan me dijo que una de las veces que lo hice con Yuusuke, él estaba en la universidad y sintió tanto placer, mi placer, que tuvo que excusarse para ir al baño y masturbarse. Eso, según él, lo enfureció ya que yo no estaba con él y no le gustaba que él sintiera lo que yo estaba haciendo con otro hombre. Otro hombre que no era él. También dijo que después de aquel suceso empezó a salir más con su mejor amigo, Jimmy, por las noches para buscar algún lío pasajero y hacer que yo sintiera lo mismo que él aquella vez en los servicios.
Yuu nunca fue celoso, sabía que yo no podía ser del todo suya, pero aun así me respetó y me quiso con todo su corazón, por lo que las palabras de Morgan me dejaron en shock. Nunca se lo dije, pero aquel comportamiento de niño pequeño e inmaduro solo consiguió que mi vida sexual con el japonés fuera más intensa, nada más. Aunque cada vez que le herían, cada vez que se enfadaba o le ocurría algo, yo me despertaba de alguna pesadilla y lo único que me podía apaciguar era la tranquilizadora voz de Yuu.
Después todos se marcharon, incluyendo a Yuu.
-No tienes por qué quedarte conmigo.-dijo Morgan con voz grave.
Yo estaba sentada en una silla, pegada a la ventana de la habitación del hotel, tomando mi segundo cigarrillo de la noche, mientras el pimpollo deshacía nuestra maleta. La vista desde allí era una delicia, desde el altísimo hotel se podía observar toda la gran iluminación de la ciudad de Kobe. Era como ver cientos, miles de estrellas de todos los colores en las carreteras, las casas, el puerto del río Ida-gawa. Incluso algunas, las más cercanas, iluminaban parte del parque Nunobiki. Un paraje verde y floral de unas cuarenta hectáreas que refrescaba tu vista de las edificaciones modernas y te llevaba a una época libre donde los samuráis paseaban por las calles. Mi pecho se hinchó de nostalgia al ver aquel paisaje.
-¿Es que es malo que pase tiempo con mi novio?-repliqué sin parar de mirar la ciudad nocturna y sus preciosas lucecitas.
-No y sabes que me encanta estar contigo.
-¿Entonces?
-Ya sabes a qué me refiero.
Puse los ojos en blanco.
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Los pecados de nadie
Fantasi¿Quién es el verdadero pecador? ¿La chica? Ella solo quiere justicia por los seres queridos que perdió. ¿El asesino? Él solo quiere vengar al amor de su vida. ¿La madre? Ella solo quiere seguir con las tradiciones de la familia. ¿La bastarda? Ella n...