Capítulo 11: Nerea

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A veces sueño, a veces no sueño y otras veces algo peor pasa. Sueño con los recuerdos del pasado. Al principio cuando eso sucedía, me levantaba con la cabeza revuelta, la vista perdida y un sudor frío recorriendo mi columna vertebral desde arriba hasta abajo. Tardé en encontrar un remedio, pero solo duró casi tres años, y desde entonces lo único que alejaba aquellos momentos brillantes como el sol era entrenar duro hasta altas horas de la noche, hasta que mis huesos y mis músculos gritaran por un descanso.

-Escúchame bien, hime-sama, incluso en este mundo cuando las personas se van, no vuelven.

¿Cuánta verdad habría en aquellas palabras cómo para atormentarme durante cuatro años? Abrí los ojos, absorbiendo cada pizca de paz que traía el murmullo del aíre y fijé la vista en el todoterreno que me esperaba detrás de aquel muro de piedra y cristal. Intenté ampliar mi pobre vista para fijarla en la cabellera dorada y rebelde que me esperaba dentro del automóvil para a ir a ver a mi gran amigo felino.

-Todo irá bien, hime-sama.

¿Estaba bien lo que estaba haciendo? ¿Estaba bien lo que había hecho? Una vida al lado de Morgan Cruor, una vida normal o medio normal. ¿Estaba bien volver a su lado? Mis brazos estaban marcados por él y los suyos estaban marcados por mí, porque según la tradición de aquella maldita familia cuando alguien con nuestra sangre encontraba a esa pareja que había dictado el destino, nuestros corazones se volvían más fuertes y la luna plateada se convertía en el magnífico sol dorado.

¿Cuántos hermanos, hermanas, amigos, amantes se habían unido ante el caprichoso destino en una relación que iba más allá de cualquier sentimiento humano?

-¿Has estado ocultándome algo, Yera?-rugió la bella alemana.

-Por supuesto. ¿Quién eres? ¿Mi madre?

-Perra.-siseó Dagmar desde su asiento.- Cuando salga de aquí voy a romper tu camino del guerrero.

-A ver si es verdad.

Las dos chicas desnudas de piel tersa y brillante, como la de una jovencita de instituto, soltaron un gemido bastante agudo y arquearon sus espaldas cuando mi amiga tocó sus puntos débiles con sus hábiles dedos. El sudor, la sangre y el olor del sexo inundaron mis fosas nasales. Apreté los músculos de mis brazos cruzados delante de mi pecho.

-Escapa mientras puedas.-rugió Dagmar, impasible al tener a las dos chicas medio muertas, medio extasiadas encima suya.

-Y tú recupérate mientras puedas.-respondí severamente.

Dagmar soltó una maldición en alemán que no comprendí, bajó su cabellera rubia y empezó a devorar el cuello de una de sus amantes con sus afilados colmillos, mientras que la otra, la que estaba sentada encima suya, restregaba su intimidad contra la de Dagmar para poder llegar al éxtasis cuanto antes.

Estaba ya tan familiarizada con aquel espectáculo de sexo y sangre, que ni siquiera me inmuté. La sangre de la muchacha caía por su piel perlada de su cuello hasta llegar al suelo, como una cascada roja como el vino. Y al parecer a su compañera, la que se estaba tirando a Dagmar, no le importaba. Aparté la mirada de aquella esquina oscura y siniestra.

-Intenta no llamar la atención.

-Mira quién fue a hablar.-se burló Dagmar. Al poco rato, escuché como algo pesado chocaba con fuerza en el suelo. Seguramente el cadáver de la primera chica, luego la otra soltó un chillido y el ruido de la manera empezó a crujir sin parar. La respiración de Dagmar se volvió irregular pero al ritmo del crujir de la mesa. Estaba terminando con su segunda presa.

Los pecados de nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora