El significado de matar nadie lo conoce realmente hasta que lo experimenta en sus propias carnes. Ves morir a los actores en las grandes pantallas de televisión, tus profesores te explican el procedimiento de cómo hacerlo rápido para que la víctima no sufra necesariamente, ves a tus compañeros de clase entrar a la enfermería cubiertos de pies a cabeza con vendas manchadas de sangre y nunca volverlos a ver. Pero nadie te dice la verdad.
Y la verdad es esta. La muerte. Matar. Es el mayor pecado que puede cometer una persona contra otro ser vivo. Y nosotros, cuando matamos, podemos sentir como esa maldición se hunde más en nuestras carnes. La maldición que, sin querer, nos impone la otra persona cuando el brillo de la vida desaparece para siempre.
Te dicen que Brasil es el infierno de los Cruor en la tierra. Te dicen que Mere, ese extraño lugar, fue creado en una especie de dimensión alternativa, para que los inocentes humanos no estuvieran implicados en la guerra, en la Gran Guerra. Porque, según ellos, la Gran Guerra nunca terminó y, puede, que nunca termine. Te dicen que todo aquel que es enviado a luchar para la Kaiserin, nunca vuelve igual. Nunca, nadie. Pero que igualmente es un honor pelear en su nombre, que incluso si vuelves más veces, si es que volvías, te ascendían de rango antes.
Tenía diecisiete años cuando me mandaron a Brasil.
Era una simple soldado del ejército japonés de la Emperatriz, instruyéndome para ser una Onna-Bugeisha. No había matado antes, a excepción de mi prima Ana, solo había herido o torturado a personas. ¿Pero acabar con sus vidas? Nunca.
Me acuerdo perfectamente aun cuando me enviaron la carta de reclutamiento, me asignaron a uno de los pelotones del sargento Hayashi, un viejo cascarrabias que al parecer era todo un veterano de Mere. Artemisia-sensei se había encargado personalmente de colocarme con alguien experto en la batalla para que tuviera más probabilidades de volver con vida. Pero a Yuusuke no le gustó mi marcha. Él solo había ido dos veces y, por lo que me dijo, no era un sitio para alguien como yo. Quise saber que significaba eso, pero él nunca respondió a mis preguntas.
Igualmente, no podía desobedecer las órdenes de la Kaiserin Eleanor Cruor, por mucho que la odiara o por mucho que Yuu me pidiera que me quedara, tuve que irme. Castigaban a los desertores de Mere con la muerte, pues consideraban que todo aquel que denegara su servicio, para atacar las fuerzas de Mere, como traición. Fui una tonta y una ilusa en no oír las palabras de mi amado yakuza. Aunque no fui la única.
Nada más llegar, pensé que el sol y el calor del trópico me recibirían en un abrazo, pero lo único que recibí fue una avalancha de balas dirigidas hacia mi cabeza y varios explosivos escondidos entre la tierra y la sangre de los cadáveres. Artemisia fue una estúpida en creer que, porque estuviera a las órdenes de un veterano, tendría más posibilidades de sobrevivir. Nada más llegar, un explosivo reventó el cuerpo del sargento en miles de pedazos delante de mis ojos, haciendo que las películas de Quentin Tarantino parecieran una risa en comparación con aquello. Y durante más de tres meses tuve que ver como uno a uno, los miembros del pelotón caían sin cesar. Al principio intenté mantenerlos con vida, pero Octavia me convenció en que debía preocuparme por mi propio pellejo.
Solo tres meses y pude conocer el infierno.
Cuando regresé a casa supe que realmente nunca volvería. Nerea Yera murió aquel día con la sangre y los trozos de la carne chamuscada de su sargento bañando su cuerpo. Lo supe cuando me percaté que me agachaba detrás de un coche atenta de un próximo ataque, del mínimo ruido de botas contra el barro, de un arma quintando el seguro. Esperando que los fantasmas de mis compañeros y de las personas que había matado aparecieran de un momento a otro para seguir atormentándome.
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Los pecados de nadie
خيال (فانتازيا)¿Quién es el verdadero pecador? ¿La chica? Ella solo quiere justicia por los seres queridos que perdió. ¿El asesino? Él solo quiere vengar al amor de su vida. ¿La madre? Ella solo quiere seguir con las tradiciones de la familia. ¿La bastarda? Ella n...