Capítulo 16: Artemisia

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Lo primero que pensé fue en que debía quemar todo aquello, pero al momento aquel ingenuo pensamiento desapareció. Si hacía eso, borraría toda huella, toda prueba que habría en la cocina sobre el culpable. Cerré los ojos. Sentí en mi interior a Samael y a Asmodeo furiosos, sentí su fuego quemar mi mente y mis venas llenas de sangre. Agité la cabeza varias veces. No podía permitirme que ellos tomaran el control de mi cuerpo con su energía demoníaca. Capté la presencia de una figura a mí alrededor y me levanté de un salto. Abrí los ojos de par en par y noté como mis rodillas empezaban a temblar.

Ya no estaba en Chelsea, ni siquiera estaba en el orgulloso país de Inglaterra. Estaba a cientos de kilómetros de allí, en mitad de un patio que tenía el tamaño de una gran plaza. El suelo tenía varios caminos de piedra, junto con varias partes de césped. El patio estaba rodeado de una gran muralla de piedra caliza. Lo que más llamaba la atención de aquel sitio era una torre que se situaba en medio de la muralla y que parecía servir como entrada principal al complejo. Era las más alta de todas las torres que tenía aquel sitio.

Caí al suelo sin poder respirar adecuadamente.

-Filarete.-susurré.

El viento que corría me perforaba el cuerpo como si quisiera acuchillarme. Risas y pasos. Me volví y pude captar unas sombras entre las columnas de la parte techada del patio. Quise volver a levantarme para poder luchar, pero me fue imposible. En aquel momento no era la dueña de mi cuerpo. Rugí y la impotencia me taladró el pecho.

Lirios.

Olía a lirios.

Las sombras se acercaron a mi posición y yo me tensé. Intenté moverme, pero mis piernas no cedían. Mis brazos parecían no tener vida, nada parecía tener vida salvo mi mente. Los ojos se me aguaron en lágrimas y cogí aire. Una forma humanoide se empezó a formar, algo abultada por las piernas, pero cuando la luz de la luna la iluminó me di cuenta que no era abultada. Simplemente era una mujer con un vestido.

-No... No, no, no, per favore, per favore.

Una fuerza invisible e increíblemente descomunal me lanzó por los aires, hasta chocar con la piedra dura. Mi cabeza y mi espalda crujieron y yo grité de dolor. El impacto me quitó el poco aire que me quedaba en los pulmones, por lo que tuve que toser varias veces. Una mano manchada de un líquido rojo y brillante me cogió del cuello y yo supliqué de nuevo. Aquella mujer de cabellos como el oro, manchada de sangre y cardenales me sonrió con una dentadura estropeada.

- Benvenuto, mia figlia.

El olor dulzón y floral desapareció y fue sustituido por el de la carne podrida y el estiércol. De la sangre seca y tierra húmeda. Sus manos me acariciaron con delicadeza y yo temblé horrorizada. Empecé a gritar cuando su rostro cadavérico empezó acercarse al mío, en señal de que quería besar mi mejilla.

¡ASMODEO, SAMAEL, BASTA!

Con un último grito me liberé de las garras infernales de mi tótem y salí de la visión que me habían proyectado en mi cabeza. Al abrir los ojos me di cuenta que Lord Vaughan se encontraba delante de mí y me sostenía entre sus brazos.

-Richard.-murmuré.

-¿Se encuentra bien, Artemisia?

Parpadeé varias veces y me limpié las mejillas cuando me di cuenta que aún seguía llorando en el plano terrenal. Apreté los puños con fuerza para que el irlandés no tuviera que ver el temblor de mis músculos.

Asmodeo y Samael nunca habían hecho algo así. Nunca. Habían perdido el juicio, el poco raciocinio que les había inculcado, y me habían llevado a su plano astral, dándole forma para que mis peores miedos me controlaran y ellos pudieran salir para cumplir con su venganza. La venganza de mi familia, de nuestra familia. Aquella horrorosa escena que se nos mostraba a Richard y a mi desde la cocina no era tan diferente que la que vi cuando tenía dieciséis años y encontré el cuerpo violado y asesinado de mi madre. Pero la imagen que me habían enseñado había sido tan real. El paisaje, los colores, los olores, incluso la textura de la mano de mi madre. Todo había sido tan real que incluso había gritado de miedo. Por un momento había creído que la antigua señora de la casa había resurgido de entre los muertos por no haber protegido lo suficiente a la familia.

Los pecados de nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora