Capítulo 18: Artemisia

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Lady Augusta Byron temblaba como un pobre cachorro, Jaime se apretaba la ceja con la mano para taponar la herida y que la sangre dejara de fluir, Reed respiraba con irregularidad y sostenía a Ethan Murray, su mejor amigo, con el brazo para no dejarle caer pues la herida en la pierna casi le impedía andar. ¿Y yo? Me quité la máscara que cubría mi boca y escupí la sangre de mi muela rota al suelo.

Los dos daimones rugieron, enseñando los dientes. El olor a muerte y a pescado podrido invadió mis fosas nasales y pegaron un chillido hacia el oscuro cielo. Avanzaron a mí a cuatro patas y yo desenvainé mi striscia. Uno de ellos, el más delgado y más alto de los dos, alzó una mano deforme queriendo arrancarme la cara con sus largas y afiladas uñas, pero yo le paré con mi espada. Le di una patada, lanzándole lo más lejos posible y me volví hacia el otro parando su ataque con un escudo de fuego. Volví a lanzar mi pierna hacia su pecho y me giré, justo cuando el primer daimón iba a cargar contra mí. Me agaché y le rebané la pierna izquierda al segundo con un corte limpio. Éste gritó aún más y yo solté una maldición. Cuantos más gritos hicieran, más compañeros atraerían. Me levanté de un salto y le pegué un puñetazo con la izquierda mientras que con la derecha paraba otro ataque. Una vez cayó su compañero por mi puño, estiré el brazo hacia atrás, dibujando en el aire un círculo que estalló en llamas. El calor sacudió mis huesos y con un grito ahogado lancé el escudo hacia arriba, superando el tamaño de las dos criaturas y abrasándolas por completo. Sus chillidos cerraron el concierto de aquella masacre. Bajé el brazo y las llamas brillantes se apagaron.

Cogí aire y lo solté despacio.

Mis huesos me gritaban por un descanso, pero hasta que toda Inglaterra hubiera sido evacuada no podría descansar. Me volví hacia el grupo mientras envainaba mi espada. Reed soltó una carcajada de histeria y sacudió la cabeza.

-¿Estáis bien?-pregunté.

Lady Byron empezó a negar con fuerza el rostro lloroso e Ethan Murray alzó el pulgar con debilidad.

-Nos han atacado.-dijo Jaime con debilidad. El grupo avanzó y me percaté que otras dos personas estaban con ellos. Dos mujeres, con un aspecto horroroso. Caras sucias de hollín y sangre, vestidos rotos y maltrechos.- Ethan ha sido herido.

Me acerqué al joven muchacho para observar la herida. Una gran abertura se abría desde la pantorrilla hasta casi el tobillo. Tenía la carne levantada y la sangre emanaba sin parar. Cogí la esquina de la camisa de Reed y tiré hacia arriba, arrancado un buen trozo. Vendé como pude la herida para intentar frenar el sangrado, pero Ethan estaba muy débil.

-Tú eres médico.-le reproché a Jaime.

-No podía curarlo aquí, con una horda de daimones detrás de nosotros.- replicó.- He perdido mis utensilios.

Le envié una mirada envenenada y él tragó saliva.

-Ha perdido mucha sangre.-me levanté.- Os acompañaré de regreso a la casa escudo y allí le podrán atender.

-Pe-pero mi señora... ¿cómo?-dijo una de las mujeres.- Están por todas partes.

-Nada pasará mientras esté aquí y quien no quiera venir, que no venga.-dije en dirección a Lady Byron. Ésta se dio por aludida y soltó un bufido.

-Lo llevaremos entre los dos.-le dije a Reed, éste asintió.- Juntaos, no os separéis. Permanecer juntos.-el grupo entero se miró entre sí y yo solté una maldición.- ¡Vamos!

Cogí del otro brazo a Ethan y él soltó una débil maldición. Jaime iba detrás de nosotros, con Lady Byron casi encima y tirándole de la ropa apunto de soltar otro estridente llanto. Y las otras dos muchachas, cuyos nombres desconocía, detrás de ellos, agarradas de la mano y con la piel perlada por el sudor y las lágrimas.

Los pecados de nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora