Capítulo 6: Nerea

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Me desperté como si alguien me hubiera empujado de la cama y el golpe me hubiera despertado. Giré la cabeza para poder observar la hora. Dios, no eran ni las cinco de la mañana. Suspiré con pesadez y me retiré el pelo sudoroso de la frente. Me quité de encima la sabana que me cubría y me levanté para salir de mi cuarto. De camino a la cocina, para ir a por un vaso de agua, me topé con la puerta medio abierta de la habitación de uno de mis hermanos mayores, Pablo. No quise saber lo que aún contenía esa estancia, así que tiré del pomo para cerrarla.

Cuando me fui de casa, yo tenía quince años y Pablo dieciocho. Él acababa de terminar el instituto e iba a ingresar en la universidad de Granada para hacer derecho. Lo último que supe de él es que me repudió, hasta más no poder y empezó a considerarme una persona non grata en aquella casa y eso fue hace siete años. Supongo que en el transcurso del tiempo se había mudado al centro con su novia Laura, a la cual nunca le caí bien. Aunque tampoco sabía si seguían juntos.

Se suponía que debía haberme enterado de la verdad una vez hubiera terminado mis estudios universitarios y fuera más madura para tomar mis propias decisiones. Se suponía que una vez hubiera cumplido veintidós años habría sabido la verdad de que los monstruos existen, y viven muchas veces con formas humanoides. Monstruos que adoraban a la luna, que adoraban a la noche, a la sangre. Una vez hubiera tenido veintidós años, tendría que haber decidido qué camino tomar. Si el camino de la magia pagana como mi familia materna o el camino de la sangre de los Cruor como mi familia paterna. Pero todo terminó complicándose y no tuve más remedio que seguir a la sangre para obtener más poder y lograr salvar a los imbéciles que habían sido mis amigos.

Aquella decisión nunca le gustó a Pablo, es más, quiso buscar la manera de revertir mis acciones y poder seguir sus pasos y los de mi madre. Casi le arranco la mano con un tenedor cuando me lo contó. Mi hermano siempre había considerado a los Cruor frívolas criaturas, que solo se alimentaban de la sangre de las criaturas del infierno por placer y excitación. Que mataban solo por deporte y que la protección que ofrecía el Káiser solo era mero marketing para seguirlos como ovejas en un rebaño. Y que su hermana pequeña se hubiera convertido en lo que más odiaba, no ayudaba mucho. De los tres hermanos que éramos, Pablo repudiaba a los dos que eran Cruor. El mayor de los tres y la más pequeña.

Alcé el brazo para abrir el mueble que había encima de la hornilla y saqué una taza antigua mía de una serie que me gustaba. Gracias al uso que se le había dado durante tanto tiempo, había perdido la tonalidad original de la imagen. Abrí el grifo y la llené de agua hasta el tope. Solté un bufido.

-Deberías dormir. Casi estiras la pata hace poco.

-¿Noto preocupación en tu voz?

-Noto preocupación al imaginar que se podría crear una guerra si mueres. Y no quiero más guerras, no por ahora.-al terminar de beber, dejé la taza en el fregadero.

Me di la vuelta y me senté con las piernas cruzadas en una silla de la cocina. En frente de otra persona.

-¿Ahora te preocupa el aquelarre?-alzó una ceja Nácari Sáez, mi madre.

Mi madre y yo no nos parecíamos en nada, salvo en los ojos. De los tres hijos que tuvo, yo, la pequeña, fui la única que heredó los ojos azules de ella. Por lo demás era de ted pálida, cabello color caoba, de constitución pequeña y con algunas pecas en el rostro. Pero después de varios años, el tiempo había hecho mella en su cuerpo mortal. Ahora tenía pliegues debajo de sus ojos y en su frente, gafas para una vista cansada, algunas canas en las raíces y una melena más corta, para que no le incomodara durante el trabajo. Mi madre envejecía año tras años mientras yo aún era joven y hermosa.

Los pecados de nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora